12 de abril de 2010

ENVOLVER


En el dibujo de arquitectura se ha llamado tradicionalmente poché al espacio relleno de tinta que representaba el espacio inútil. Por supuesto, nadie ha culpado nunca a la envolvente de ser su principal causante. El origen de ese falso aire de inocencia se debe al hecho arraigado de que, en todo regalo, la envolvente es quien hace posible la sorpresa.
Pero las sorpresas, tarde o temprano, se pagan.
Una vez liberada de la necesidad de correspondencia entre envolvente y estructura propugnada por el movimiento moderno, parece extraño que no fuera automática la misma conexión entre piel y contenido. Cuando las energías destinadas al diseño de las envolventes de la arquitectura ocupan la mayor parte del tiempo en los procesos de diseño contemporáneos, y al igual que los niños aprecian el envoltorio como lo verdaderamente divertido del regalo, los arquitectos construyen respondiendo a una doble necesidad de igual importancia jerárquica: cierre y producción de imagen para su consumo.
Envolver es sin embargo un arte. Y no puede obviarse la nobleza que esconde un acto arquitectónico cuya potencia y felicidad estriba en entender la materia y el acto de cerrar en toda su viveza y profundidad. Libre de las decoraciones que destruyen el verdadero significado de la acción y de sus materiales, y capaces de establecer lazos tan firmes con el contenido, pueden soñarse cuerpos en que ambos acaben fundidos en un solo objeto. Indistinguibles. Indisociables. Porque todo verdadero envolver es siempre un en-volverse: Una acción hacia el interior de la forma.
El envolver entendido como acto exclusivamente exterior es lo que hace que, tras la fiesta, todo envoltorio acabe en el cubo de la basura.
 

2 comentarios:

Jack Babiloni dijo...

El envoltorio sólo admite dos senderos (y sus postmodificaciones aledañas): lo sorpresivo y lo congruente. A la hora de "formar", cada uno es libre de elegir sobre cuál transitar. El primero (furoshiki) crea estilo, pues sólo con cierta coherencia de envolvente puede nacer la contradicción suficiente como para que entre lo envuelto y su piel puedan nacer relaciones admirables en quien observa. Lo segundo (origami) deja entender desde afuera el hueco, antes habitarlo (todo lo que no es pajarita de papel, es vacío -habitable- producido por el papel de la pajarita).

Uno de los argumentos que la crítica arquitectónica maneja con más fruición cuando habla de proyectos fallidos es la de que ciertos envoltorios no son más que eso: pieles (infinitamente) intercambiables. Otros, sin embargo, pensamos que ciertas pieles siguen siendo abrumadoras, pese a que la serpiente genésica ya no viva "allí".

Santiago de Molina dijo...

Resulta un descubrimiento y una metáfora compleja, la imagen de la serpiente que ha abandonado la piel para hablar de arquitectura.

Saludos y gracias como siempre por participar.