23 de julio de 2012

USOS IMPREVISTOS


La historia de la arquitectura debe más a los cambios de uso que a toda la disciplina de la restauración y la arqueología juntas. Gracias a misteriosas mutaciones funcionales, la arquitectura se pone a prueba y permanece viva.
Que la villa Saboya fuera convertida en almacén agrícola, que el Coliseo casi llegara a ser una hilandería o que Santa Sofía se convirtiera en una mezquita, no son sino los refugios que la arquitectura buscó siempre para su propia supervivencia.
Que la casa Tugendaht de Mies fuera utilizada como oficinas para los ingenieros de aviación, (una vez que los moradores huyeron de la persecución judía), la salvó de su aniquilación. Debido a un “accidente” bélico que reventó todos sus vidrios, y tras la invasión del ejército soviético, que la caballería destrozara el linóleo y la soldadesca quemara libros y mobiliario para caldear el ambiente, parece solo fruto de la necesidad. Que una vez acabado el conflicto, y bajo una apariencia mínima y tranquila perdurase, al principio como escuela de euritmia, y luego como pabellón de psicoterapia infantil del hospital de Brno, no hace sino añadir requiebros a una historia de entereza digna de serial televisivo.
Que a pesar de los daños ocasionados por todas aquellas mutaciones, la antigua casa fue adquirida por el ayuntamiento en los años 80 y restaurada poco después, apenas añade nada a su pervivencia. Y que Mies nunca pudiera prever sus usos principales es una obviedad que debiera hacer tambalear los cimientos de cualquier pensamiento intransigente sobre la pura-funcionalidad.
La casa hoy convertida en el actual museo, -como por otro lado es ya toda la arquitectura moderna-, permanece aletargada entre insulsos algodones, esperando un nuevo y verdadero cambio de uso que la dispare nuevamente, como un proyectil, hacia el futuro.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sintético, certero y desmitificador. Muy bueno el post.

Santiago de Molina dijo...

Gracias, Rafael!
Saludos

pere fuertes dijo...

este letargo del que hablas, tan cierto, acabará por sumir la arquitectura en un alejamiento de la vida. ¿con que criterio la sociedad legitima la desaparición de las arrugas y las marcas del paso del tiempo en lo que llamamos 'monumentos'? ¿o precisamente es por el hecho de llamarlos monumentos?
el caso del anfiteatro de Arlés, usado como fortaleza habitada hasta que en el XVIII se decide 'limpiar', es bien significativo de esta dudosa política de vuelta a los orígenes como solución única para todos los casos.
su uso actual como plaza de toros corrige en algo aquella decisión, pero el lifting ya es irremediable.
saludos, Pere

Santiago de Molina dijo...

Pere,

Y ese alejamiento de la vida, que a su vez tu pones sobre la mesa, es imperdonable para la arquitectura. Es mas que imperdonable, supone su muerta probada

Gracias por tu aportación y saludos!!