6 de julio de 2009

CURVAS



Si la línea recta es por excelencia la más abstracta y el objeto de la más alta racionalidad, es peligroso definir la línea curva como su contrario. Sabemos por las matemáticas que no median entre una y otra más que algún infinito díscolo o algún cero inaprensivo en zonas ignotas de su álgebra. La colección de curvas de la modernidad no han estado reñidas ni con abstracción ni con racionalidad: carreteras, trayectorias celestes, y las obras de Eero Saarinen son una buena muestra de esto.
Pronto celebraremos el centenario del nacimiento de Saarinen y será ocasión para revisar la riqueza de su amplio legado. La terminal de la TWA tal vez no sea más que una de esas rarezas que ocasionalmente ocurren en la vida de un arquitecto o de un momento histórico.
Hoy tenemos ante nosotros una colección de curvas que formaban uno de los soportes de ese edificio que ha inaugurado, no una sino varias estirpes de obras de la actualidad.
Si la componente figurativa de la terminal de la TWA fue un acontecimiento acogido con escepticismo por no decir abierta repulsa por parte de la modernidad, sin embargo su carga funcional y la precisión de sus difíciles geometrías no pueden ser encuadradas como fruto del mero capricho. Sobre este plano podemos admirar el rigor métrico, el desarrollo y el control tridimensional de una geometría que apenas es posible imaginar en su ejecución con medios de hace de 50 años. Este plano es una extraordinaria colección de curvas con el mismo valor de plantilla que esos hilos dejados caer al suelo de Duchamp y el cuadro de Marilyn Monroe del que algún desaprensivo presumía sacar todas las suyas para sus obras. También es una colección de tangencias.
Resulta un plano difícil de desentrañar porque habla el lenguaje secreto de la superposición. Gusta uno imaginarse a una propiedad, colegas o un operario ante él, girándolo sin descanso, tratándolo de descifrar y a Saarinen ante ellos sonriendo.
Hablar de estas curvas con argumentos de aparente sensualidad es de una torpeza adolescente. Pertenecen a esa alegría oscura de los iniciados, donde solo quien ha intentado dibujar semejantes diabluras es consciente de su imposibilidad y el inmenso talento que tras ellas aflora.

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