7 de marzo de 2022

ESPERA, ESPERA, ESPERA


La espera ante un mostrador antes de ser atendidos no significa casi nada. Esperamos por tantas cosas en el día a día que el acto de esperar es ya una cosa invisible. El tiempo transcurre tediosamente mientras ni siquiera el acompañamiento de las redes sociales que nos ofrecen los teléfonos móviles, la música o la lectura, sirven de alivio. Ante ese tiempo muerto el cuerpo se dispone a formas tan variada como las personas. El encanto de la espera es la de un cuerpo que toma forma sin objetivo. Es decir, el de una forma provisional y sin tensión.  
En arquitectura, curiosamente, existe algo relacionado con esas "esperas". Precisamente el mundo de la construcción denomina así a las armaduras que asoman del hormigón dispuestas para la unión entre partes por venir. Esas esperas, simples barras de acero corrugado que hablan de los diferentes tiempos de unión entre las tongadas del hormigón, (porque no toda esta pasta gris e ingobernable puede ser vertida en la obra de una sola vez), constituyen una coreografía de líneas retorcidas y de posturas expectantes. Lugares de sutura entre partes, las esperas dejan al descubierto, tras ellas, las cicatrices y las estrías de una obra y constituyen zonas donde leer el crecimiento de la arquitectura (y hasta una arqueología de su orden constructivo). 
En el conjunto de una obra las esperas asoman graciosamente, un poco como seres recién levantados, despeinados y con cierto desaliño. No hay mejores sitios donde el tiempo por venir en la obra se prepare para el porvenir de manera tan peculiar y esperanzada.

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