26 de julio de 2010

SOBRE EL CERRAR


Entre los gestos del mundo
recibí el que me dan las puertas.
En la luz yo las he visto
o selladas o entreabiertas
y volviendo sus espaldas
del color de la vulpeja.
¿Por qué fue que las hicimos
para ser sus prisioneras? “(1)

En cierto sentido, cerrar y terminar son conceptos equivalentes. Cerramos etapas como cerramos libros de cuentas, cerramos puertas queriendo olvidar lo que queda al otro lado. El acto de cerrar señala el tiempo y el espacio, como un mojón en un camino, pero a diferencia de su continuidad, el acto del cierre olvida, deja aparte lo anterior.
Cerrar es renunciar a lo existente. El acto del cerrar impone el abandono, un reseteado de lo previo. Para el ser humano el cerrar es un acto fuerte, por el cual uno se convierte en prisionero, por el que se protege del enemigo y por el que se señalan fronteras que de ser violadas obligan a matar y morir.
Cerrar es sellar. Es aislar. Es separar y es desunir. Cerrar una frontera es un acto ajeno a la diplomacia y sus esfuerzos. Cerrar de un portazo es siempre ofensivo porque es cerrar doblemente. Hay puertas nacidas para permanecer cerradas. Otras para señalar el mismo acto del cierre. Sus partes constituyentes sirven para reforzar esa carga simbólica, desde el peso, el sonido y el material; a sus goznes y sus jambas; sus cerraduras y sus llaves; su color y su llamada; sus claves y su disposición… 
La puerta es el objeto-símbolo del cerrar y de otras tareas no menos interesantes, como son el abrir y el pasar, y eso la define como el elemento poli-funcional por excelencia de las acciones de tránsito. Cerrar es un acto primordial para el arquitecto, situado en la base de un oficio, reúne en cada ocasión y en justa simetría universal, su contrario: el abrir.

(1), MISTRAL, Gabriela, “Puertas”

19 de julio de 2010

PLACER ESTÉTICO



Ante el ejercicio de un nuevo proyecto, hay quien acude a las obras de referencia como el que ansía remedio a una enfermedad. Expender la receta correspondiente del cada vez más crecido vademécum es lo fácil. Sin embargo cabe pensar, ¿Qué sabían de crítica los constructores de Abu Simbel o Selinunte?. ¿Qué sabían de bibliografía del arte gótico los constructores de Burgos o Amiens?. Y menos aun de imaginar la arquitectura que se construiría gracias a ellos.
Cada arquitectura tiene su tiempo, y es inútil ofrecer recetas a quien apenas haya tenido esas experiencias. La arquitectura es mucho más rica como hecho estético que como para conformarse con una prescripción. El placer estético de la arquitectura es algo tan inasible, tan evidente y tan inmediato como la amistad, el agua o el sabor de la fruta. Sentimos la arquitectura como sentimos a una madre, una montaña o la lluvia en la cara. Si la sentimos de manera inmediata, a qué tratar de buscar referencias mejores que nuestros propios sentidos.
“Hay personas que sienten escasamente la poesía; generalmente se dedican a enseñarla", decía Borges en sus cursos, "Yo creo sentir la poesía y creo no haberla enseñado. No he enseñado el amor de tal texto, de tal otro: he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad.” (1)

(1) BORGES, Jorge Luis, Siete noches, Alianza editorial, Madrid, 1999, (1980), pp. 107. El texto está en deuda con el espíritu de Borges en sus cursos de literatura de la Universidad de Buenos Aires.

12 de julio de 2010

TRANQUILIDAD



Un buen amigo de Gaudí, el comerciante y coleccionista Lluís Plandiura Pou, le solicitó remedio para un vitral que quería hacer con una antigua colección de piezas circulares de vidrio, gruesas hacia el interior y finas al exterior, llamadas sibas. Tras los esfuerzos del propietario que no acertaba a colocarlas con sentido, Gaudí las recogió en un capazo, lo inclinó suave y repentinamente sobre el suelo y dejó que todas ocuparan el lugar según el impulso de su propio peso. Después solo hubo que llamar al vidriero para que las emplomase. (1)
En ocasiones, tranquiliza dejarse arrastrar por el azar, como el náufrago que se agarra a un tablón, aun a sabiendas de que la exigencia de observarlo, parametrizando sus variables, ordenando los resultados como un científico paranoico, tal vez no produzca más beneficio que el de afinar la vista.
Sin embargo hay que reconocer que el método tranquiliza.
Qué hubiera pasado, por el contrario, si el resultado de esos círculos de vidrio hubiese fracasado; si Gaudí hubiese tenido que repetirlo otra vez; cien más; doscientas, porque el conjunto fuese nefasto.
Nadie sabe ya del proceso que dio forma a esa vidriera nacida cerca del mercado barcelonés del Borne. La arquitectura apenas logra atesorar el relato del proceso que la engendró. Por mucho que Gaudí, tras ese golpe de fortuna, sintiese la misma tranquila satisfacción que tiene el jugador, ni victorioso, ni arruinado, a la salida de un casino.

(1) BASSEGODA I NONELL, Joan, El Gran Gaudí, Ausa, Sabadell, Barcelona,1989.

5 de julio de 2010

EQUILIBRIO CÓSMICO

La preexistencia de una roca se convierte en la casa dos Canoas, de Oscar Niemeyer, en una oportunidad. La roca se rodea de arquitectura y por mucho que el arquitecto diga que se utiliza como un simple elemento decorativo, la realidad del trazado en planta muestra que se convierte en una ocasión espacial de primera magnitud.
Sobre esa roca se apoya la escalera a un lado y al otro la piscina. Sobre la escalera se apoya el muro, y sobre el muro la cubierta...  Su dulce y blanca curvatura que protege la casa como una nube, encuentra un contrario en la dureza y pesantez de la roca. El desnivel y las vistas se aprovechan de ella y las zonas más íntimas se aferran a su presencia como un cachorro a una loba.
Toda la casa gira conceptualmente en torno a esa piedra y todo el esfuerzo arquitectónico es su contrapunto. Su contrapeso. Sin esa roca la casa echaría a volar como una cometa.
Es una de esas preciosas ocasiones donde la tarea principal es la de restablecer algún equilibrio cósmico perdido. Otras muchas obras de Niemeyer están aun a la espera de esa contrapartida.

30 de junio de 2010

PERIFÉRICOS



La temprana muerte de Jan Duiker privó a la modernidad de uno de los mejores arquitectos del panorama holandés de comienzos de siglo. No ha legado influencias notables sobre otros arquitectos, sin embargo sus obras lo merecen.
La capacidad para librarse de las corrientes que le acosaron por doquier, desde su propio contexto holandés, tanto a nivel material como cultural, hasta la modernidad publicitada por Le Corbusier, permite a su obra ser vista con admiración. No haber sucumbido al Neoplasticismo, ni al ladrillo de Hilversum, ni a la poética del cristal imperante, ni a las influencias de la arquitectura blanca es algo más que un mérito, es una rareza. Aun a pesar de que las conexiones con la obra de Wright o del constructivismo ruso son patentes, junto a su socio Bijvoet, -con quien Pierre Chareau realizó la Maison de Verre en París-, caminaron en una dirección intransitada y limpia.
Con la distancia, entre otras cosas, resulta admirable contemplar como supieron destacar, con un tono siempre decidido, la construcción de las señales que sus obras proyectaban hacia el exterior. Letreros y rótulos se muestran como parte de la arquitectura, ocupando, como en el caso del Cineac de 1935, la mayor parte de la fachada sin complejos ni gazmoñerías.
Que esas letras no hayan pasado de moda es sintomático de su buen diseño. Esas señales que en ocasiones se sienten como cuestiones periféricas a la arquitectura recuerdan su enorme importancia para configurar el carácter de la obra. Mucho más allá de lo que la modernidad ha entendido por ornamento.

23 de junio de 2010

PODIO

La casa Malaparte es un problema, y no se dice por la consabida disputa de autoría entre Libera y Malaparte. Es un problema para la historia de la arquitectura que no puede datarla tranquilamente junto al resto de las casas de la modernidad por ser en realidad lo que se conserva de la ruina ficticia de un templo griego.
La casa Malaparte es un problema para la escultura puesto que sus planteamientos y dificultades coinciden punto por punto con los de Brancusi: La casa es un pedestal para soportar esa leve, etérea y hermosa curva que a veces se ha pensado como parte de un solarium, pero que en realidad es el centro de la casa (y no la chimenea).
La casa Malaparte es un problema porque parece que está construida desde arriba hacia abajo, como si el plano horizontal debiera llegar a toda costa a enraizarse en el pedernal áspero del acantilado mediante muros, y la casa se construyera en el espacio sobrante de esa operación. Como un despojo.
Y la casa Malaparte es un problema, finalmente, porque apenas se puede decir nada nuevo sobre ella.

16 de junio de 2010

LA TERCERA VIA



Contrariamente a lo que se piensa, en arquitectura siempre existe un camino intermedio entre el hacer las cosas bien y hacerlas mal: No hacerlas.
Este principio, de uno de los mejores arquitectos sin obras completas, Perogrullo, amordazado cada vez que aprieta el hambre, debiera estar bien presente antes de aceptar cualquier trabajo. Evaluar, sin ambages, si en cada tarea existen posibilidades ciertas de hacer las cosas bien. Si las capacidades propias, el contexto o la ejecución ofrecen honestas opciones de mejora de lo existente.
La omisión para el arquitecto no es pecado, sino virtud. Cada cual hasta el límite de sus fuerzas, la omisión es la tercera vía de rendir tributo a su oficio.
En este mundo que aplaude al realizador inmoderado, no conviene excederse en las realizaciones – que siempre son muchas-. Hacer lo poco que se crea conveniente es lo sensato, y blandir ese poco contra el muy productor o el muy reproductor, para que sepa que la indiferencia por la realización continua es prueba de que no se está en la inopia. Si no en otra cosa.

14 de junio de 2010

FORMAS SIN FIN


Nebulosas de líneas y garrapateos sin objetivo, sumado a una verborrea a medio camino entre la egolatría y la inocencia, dan origen a la “Casa sin Fin”, obra del escenógrafo reconvertido a arquitecto, Frederick Kiesler, y gracias a la cual debe su fama.
De su propia obra llegó a decir sin el más mínimo pudor: “Yo me di cuenta claramente de que había encontrado una solución a todos los problemas de la construcción”. Evidentemente la “Casa sin Fin” no supuso la solución a ningún problema. Más bien al contrario, tal vez fue el origen de otros insospechados: Se convirtió en el mayor antecedente de lo que ha supuesto lo informe, y contribuyó al sostenimiento de un lenguaje oscurantista que amplificó la fractura entre la figura del arquitecto y la sociedad.
La propuesta de Kiesler no llegaba, o simplemente no aspiraba, a resolver una arquitectura capaz de contener multitud de posibilidades de habitar. En ese sentido, quizás el más trascendente, la “Casa sin Fin” se mostró más limitada de la cuenta: Un gradiente de espacios más o menos continuos en el que la congruencia quedaba constantemente en entredicho si no fuera por el voluntarista discurso que la sostenía. Prueba de ello es la falta de talento práctico mostrado para resolver, por ejemplo, su relación con el suelo, los accesos o la radical inflexibilidad real de las formas de vida propuestas. Acaso tal vez no fuera para Kiesler más que una idea.
Sobre la “Casa sin Fin” ha germinado una cantidad ingente de bibliografía, con una coincidencia abrumadora en situarla como el origen por antonomasia de lo informe y lo burbujeante. Esta casa funda, efectivamente, la línea que transita por las arquitecturas de Archigram, las cuevas de André Bloc, en cierto modo, por la “casa del futuro” de los Smithson, y culmina en las investigaciones formales de Greg Lynn y las bulbosas operaciones de parametrización informática actuales.
Tal vez inaugurar una estirpe formal sea suficiente motivo para la gloria, pero puede encontrarse uno mayor: El de haber sido capaz de arraigar en el ideario colectivo, -si es que existe un recipiente así-, la idea de que el futuro estará representado, lo queramos o no, y sin ningún género de para la duda, por superficies sinuosas, maleables, blandas y supurantes.
Claro que no siempre los arquitectos se han mostrado muy certeros sobre el futuro...

10 de junio de 2010

PPP. ARQUITECTO


“Lo que tenga de personal cualquiera de estas obras ha de surgir discretamente, ha de producir una sensación de agradable intimidad, más que una sorpresa o una agresión. En este aspecto me declaro antigenial, antidogmático, y manifiesto un gran respeto por tanta arquitectura anónima que ha creado ciudades y pueblos cuando no eran necesarios los manifiestos ni había que degradar el estilo anterior par sentirse más seguro de lo propuesto.” (1).

Pepe Pratmarsó i Parera (PPP) era una figura del pasado ya en su propio tiempo. De un pasado en que ser arquitecto, llegó a decir, también suponía saber llevar con dignidad un smoking. Recibir una educación “progresista y sensata, deportista y literata, nacionalista y cosmopolita, izquierdista y elitista” según Oriol Bohigas, le permitió, antes de concluir la carrera, haberse situado en aquella sociedad catalana de preguerra, gracias a haber triunfado en algún campeonato deportivo, haber dado un concierto de violonchelo y hacer expuesto su obra pictórica en la galería Syra. Elegante, culto, refinado, amable, brillante y extravertido, un paralelo a lo que en Italia fue Ignazio Gardella, aunque sin su talento, son adjetivos muy usados por aquellos que le conocieron. Sin embargo declararse "antigenial" y "antidogmático" es incendiario.
Su carrera como arquitecto se jalona con puestos municipales en Centelles y Tarrasa, donde no cosechó éxitos. Presidente del grupo R, docente con Coderch, y al final y tardíamente, arquitecto personalísimo cuando se retiró a su masía de Montrás y se hizo con la clientela adecuada, en casitas sutiles de una arquitectura tranquila y discreta.
Obras que hoy no podemos considerar a una altura equivalente a la de otros miembros del Grupo R, que no serán reseñadas como referencias indispensables en ninguna escuela de arquitectura, y en las que sin embargo su ausencia de gestos han prorrogado su interés con el paso del tiempo, y han convertido a su autor en una de esas figuras de fondo sobre las que se asienta el buen hacer y la sensatez de la arquitectura de los años 60 y 70.

(1) AAVV, Josep Pratmarsó i Parera, arquitecte, COAC, Barcelona, 1998, pp. 88

7 de junio de 2010

DETALLAR


Existen iguales dosis de intranquilidad y satisfacción cuando el dibujo empieza a contener, como un recipiente, la medida y el peso de la arquitectura. Situar la mirada a una cota, los muslos o el asiento, y superponerlos a la luz, al desagüe de una carpintería, al espesor o la materia de un muro. Nivelar realidades lejanas, ese es el secreto del detallar. Aunque el dibujo resulta tremendamente ordenado y sin estridencias aparentes, la multiplicidad de aspectos y escalas que van desde el horizonte al espesor de un acabado, se almacenan y ordenan en el detalle constructivo.
Esos interiores no se comunican, son recipientes estancos: ¿Qué sabe el muro de las interioridades de la mesa?, ¿Qué sabe el horizonte de la construcción de la lámpara?. Sin embargo en el detalle constructivo conviven en equilibrio gracias a la congruencia del todo y la presencia imaginaria del cuerpo del habitante.

4 de junio de 2010

ENTRE LA BANALIDAD Y EL CAOS



Eckhard Schulze-Fielitz sería un perfecto desconocido si no fuera porque los signos de los tiempos tienen reservados rincones de gloria inesperados para ciertos temperamentos. Sus realizaciones apenas tuvieron el vigor o la destreza como para alimentar ninguna pléyade de seguidores. Su obra construida apenas podría considerarse un remedo aceptable de Mies van der Rohe sin su energía ni su garbo.
Pero algo sucedió en su carrera a todo punto inesperado; por medio de un amigo común, Daniel Spoerri, conoció a Yona Friedman y desde ese instante, fue capaz de saltar sobre si mismo y proponer una arquitectura absolutamente ambiciosa, viva y utópica.
La rigidez de sus propuestas anteriores fue trasformada en riqueza espacial gracias a adiciones de módulos tridimensionales que colonizaban el aire hasta el paroxismo. La propuesta Raumstadt, de 1959, es un intento plástico y urbano de una calidad indiscutible y se postuló como una de las megaestructuras más sugerentes de toda una generación que sintió en sus propias carnes el fracaso del urbanismo moderno.
Su vínculo innegable con Friedman o con las propuestas de Constant no le resta el mérito de saberse inmerso en un tiempo en que la respuesta utópica era, si no la única, si la más eficaz manera de trasformar la realidad.
Pero si algo de milagroso fue su encuentro con Friedman, en arquitectura no existen los milagros. Ese cambio inesperado se sustentaba sobre una infinidad de estudios de todo orden, desde lo psicológico, a lo social, pasando por la antropología y lo ecológico que ahora se encuentran recogidos y publicados en una obra magna editada con el suntuoso título de Metalenguaje del Espacio y que da idea del marco de ambiciones latentes que se ocultan tras su figura.
Entre la infinidad de esquemas y esbozos que aparecen, estos del comienzo, sin ser ni mucho menos los más significativos, ponen de relieve el lugar de aproximación de Schulze-Fielitz y de toda esa generación a las megaestructuras y las propuestas urbanas. El problema de la ciudad es un problema de forma. Pese a las inmensas connotaciones políticas y su cercanía al situacionismo, el problema a resolver solo era posible abordarlo por medio de la forma arquitectónica. Entre la banalidad de la retícula y el caos de lo informe se encuentran las posibilidades de lo armónico y de lo fascinante. Conocer el lugar ocupado en esos planos era aceptar que la utopía tampoco podía librarse siquiera del contexto en que navegaban, algo erráticas, eso si, las arquitecturas de su tiempo.

1 de junio de 2010

PRECISION


Cualquiera sabe que es mucho más difícil producir obras precisas que obras hermosas. Ese tipo de precisión no coincide con la pulcritud extenuante del detalle milimétrico, ni con lo soporífero de lo bien acabado. Esa precisión es más bien una toma de postura, un esfuerzo sostenido por ajustar el mecanismo de la forma arquitectónica para librarla de roces y ruidos. Una especial disposición que busca la congruencia por medio de la exactitud.
La Neue Nationalgalerie de Mies, el Couvent Sainte-Marie de la Tourette de Le Corbusier, o el Burgerweeshuis de Van Eyck, emiten solo el imperceptible zumbido de la coherencia. 
Las obras precisas, como las buenas máquinas, son silenciosas.


28 de mayo de 2010

CEREMONIAL



En cada ocasión en que se proyecta se actualiza una ceremonia que nos conecta con aquellos que proyectaron antes que nosotros. Cada proyecto celebra el proyectar en un arco de miles de años que atraviesa el tiempo. Semejante al que conecta Altamira, Velázquez, Matisse con aquel que embadurne, consciente de lo que eso significa, un color sobre una superficie.
Cuando proyectamos nos medimos con todos aquellos que proyectaron antes de nosotros. Súbitamente, son rivales y son hermanos. De esa repentina parentela recibimos una herencia que nos reúne a todos en un círculo intemporal que nos lanza al futuro. No es todo. El regalo de pertenecer a ese círculo equipara en obligaciones y responsabilidades, pero no te iguala a ellos.

26 de mayo de 2010

CONSECUENCIAS


En 1982, el exitoso y polémico concurso del Parc de la Villette, supuso la puesta de largo de dos figuras claves en el por aquel entonces exhausto panorama arquitectónico europeo. La propuesta perdedora, pero de notable influencia, presentada por Rem Koolhaas, se basaba en una serie de bandas que deshacían la idea tradicional del recorrido pintoresco por medio del despliegue de un catálogo de actividades posibles, sin forma y abiertas en el tiempo. El ganador, Bernard Tschumi lo hizo con una propuesta en muchos sentidos equivalente, en la que una trama de pequeñas folies, piezas sin función, vacías de contenido y programa, eran capaces de tejer un sistema de eventos cuya interacción era capaz de generar, teóricamente al menos, un grado de complejidad equivalente al de la misma ciudad.
Si bien el tiempo ha rebajado el interés de la propuesta construida de Tschumi, su vigor conceptual, -pese a estar enturbiado por un oscuro lenguaje postestructuralista-, no ha perdido trascendencia para entender muchas de las cuestiones contemporáneas relativas al problema del programa y la arquitectura, y lo que cabe esperar del papel del arquitecto en la sociedad.
La palabra “evento” no era gratuita para Tschumi. Su significado y real dimensión teórica se había fundado en un escrito al menos de tanta importancia en su trayectoria intelectual como Delirious New York lo había sido para Koolhaas: The Manhattan Transcripts.
El origen de The Manhattan Transcripts está en una conferencia en la Architectural Asociation de Londres en junio de 1982. Allí, una narración gráfica superponía espacios, movimientos y eventos. Conviene recordar que para Tschumi, “no hay arquitectura sin eventos, sin programa y sin violencia”. Así pués, y dada su importancia, ¿Qué era exactamente el evento?. “Un incidente, una ocurrencia, una pequeña parte de un programa. Los eventos pueden abarcar usos particulares, funciones singulares o actividades aisladas. Incluyen momentos de pasión, actos de amor y el instante de la muerte.
Los eventos tienen una existencia independiente de sí mismos. En raras ocasiones son simplemente la consecuencia de su entorno. Los eventos tienen su propia lógica, su propio impulso”. Es decir, algo cercano a lo fortuito, a lo impredecible. La arquitectura era entonces su receptáculo, o su antena y la misión de la arquitectura una misión imposible: Espacios en espera de incidentes improbables. Lo cual era mucho pretender.
El parque de la Villette, uno de los mayores de París, tiene en su honor aparecer entre los peores parques del mundo; inseguro e inhóspito, el propio Tschumi argumentaba en su violencia latente, su pleno éxito. Sin embargo, lo más profundo de su fracaso y lo más dañino está en haber presentado lo intelectual reñido con el sentido de humanidad.
Hoy el trabajo de Bernard Tschumi ha quedado fuera del foco de atención una vez que lo ha hecho la deconstrucción. Sin embargo las consecuencias de sus estudios teóricos, con todo, supusieron un verdadero cambio en los modos habituales de enfrentarse a los problemas de la ciudad, ante los que toda una generación de arquitectos permanecía inoperante y acobardada aun bajo el narcotizante regusto historicista.

24 de mayo de 2010

VICIOS


El peor de los vicios respecto al trabajo con la "idea de proyecto" es el de ejercer sobre ella una mirada de dirección única. En la que se busca la significación en la interioridad, como una causa de la forma, mientras que en la operación de la forma de la arquitectura no la hay. En la forma de la arquitectura existen cesiones e intercambios entre función, materia, etc..., y la idea informe. Y la idea debe permanecer así, informe. Porque se merodea a su alrededor y es desde su alrededor desde donde se construye un terreno de multitud de direcciones y sentidos posibles.
El valor del trabajo con esa idealidad informe está en su capacidad de generación de un territorio de trayectorias latentes. La obra sería imposible de realizar como algo encarrilado y seguro. Es decir, como la puesta en obra de una idea.
La labor del arquitecto está en hozar ese territorio hasta descubrir la forma óptima. Igual que el cerdo con la trufa.