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1 de julio de 2013
ARQUITECTURA EN EQUILIBRIO
Bello nombre el de "catenaria", que el propio peso del conjunto dicte la forma y su nomenclatura es un raro ejemplo de racional coincidencia entre estructura, forma y lenguaje.
El monje atravesando esa catenaria, aunque protagonista central de la imagen, es la anécdota. El equilibrio de pasar por semejante puente sin verse los pies, tapado por una túnica por la que uno se juega la vida, aunque vistoso, es lo de menos. Más llamativas son las dos cadenas, con su especial tamaño y función: una, más amplia para el tamaño de los pies, otra, de eslabones más cortos para el apoyo auxiliar de la mano. Ambas cadenas corren en paralelo al abismo, con una distancia entre ellas dictada por las dimensiones del cuerpo que las usará como puente precario.
Una vez atravesada, la catenaria descansará tanto más que el monje valiente, recuperando su forma, deteniendo su oscilación y el cimbrear de los pasos y los pesos anteriormente soportados para mostrarse de nuevo en hermoso y quieto equilibrio.
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19 de diciembre de 2011
LISTAS NEGRAS
Aun de estudiante, guardo recuerdo de un hecho que me dio pie a pensar en la inminente y radical transformación que iba sufrir el mundo de la arquitectura respecto a sus figuras. Ante un auditorio desbordado, al finalizar una conferencia, saltaron por encima de los asientos docenas de estudiantes, dispuestos a obtener un breve dibujo o un autógrafo del feliz conferenciante. El jaleo fue tan monumental como la enseñanza que de allí se podía extraer. El arquitecto era Mario Botta. La enseñanza nos la otorgó el tiempo.
Uno se pregunta hoy dónde fueron a parar esos autógrafos o aquellos dibujos. O qué piensan de él los que por entonces saltaron ávidos sobre aquellas butacas.
Botta ha pasado de la gloria de ser un digno heredero de Kahn y lo más serio de la posmodernidad, a una inédita lista negra de arquitectos innombrables. Quién cite su figura en determinados círculos puede recibir una sonrisa condescendiente. Si tiene suerte.
Otro tanto puede decirse de Robert Venturi. Tadao Ando ha oscilado sin compasión de las listas negras a las doradas y viceversa... Igual ha sucedido con los hermanos Krier, Ponti, Stirling o Paul Rudolph, (que curiosamente fue arrastrado a una lista negra por unos injustos comentarios de Venturi). Pero incluso Le Corbusier durante una generación entera fue mirado como el responsable de todos los males y de todas sus porquerías.
Pregunté hace poco a un arquitecto recién licenciado que arquitectos y obras le eran más afines. Me contesto: “sobre todo no Calatrava”. Para qué hablar sobre las diferentes y desiguales etapas de su obra. Si uno hubiese preguntado que obras de Calatrava conocía, la respuesta seguramente hubiese sido: “¿De Calatrava?, ¡Sobre todo ninguna!”. El gesto era grave. En realidad Calatrava importaba poco, lo que no quería es que se relacionase su nombre con el de alguien que ocupaba una lista negra.
¿De dónde, de qué lugar mana la energía de estas listas negras?. Si en literatura su origen puede encontrarse en los salones, en arquitectura proceden de los promiscuos y endogámicos círculos académicos. “En poco espacio se amontona toda una clase intelectual que no hace otra cosa que emitir opiniones; no las propaga mediante estudios críticos o sabios debates, sino mediante astutas fórmulas que deslumbran, juegos de palabras, brillantes perrerías”, dice Kundera de la literatura francesa del siglo XX.
Una comisión de titularidades, una reunión de arquitectos en un pasillo, es una bomba de relojería. “¿Fulanito?, te dirá alguien inteligente en un aparte, mirándote fijamente a los ojos. Luego con una larga y ahogada sonrisa añadirá: “un constructor de la nada...”
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27 de octubre de 2010
NOMBRAR
Frente al nombrar del poeta, existe una forma de atribuir
nombres a las cosas propia de la arquitectura. Si el decir del poeta suprime la
costra que sobre las palabras deposita el uso, y con su buen hacer éstas
aparecen saturadas y plenas, en arquitectura la astucia del nombrar matiza y
orienta las intenciones de la forma.
La herramienta del nombrar es cuestión aparentemente
accesoria pero profundamente útil. El nombrar nada tiene que ver con el novelar
ni hacer literatura fácil del proyecto, sino todo lo contrario: Sólo cuando la
geometría tiene nombre es cuando aparece la poesía de la arquitectura, dice
J.Bermejo.
Para el poeta la escalera no existe hasta que su primer
escalón logra llamarse entrama, el segundo ancle, el tercero doma
y faldos los siguientes (1). Para el arquitecto cada escalera no es solo
una sucesión de huellas y tabicas en proporciones alternativas de 30 y 17
centímetros, sino que cada una de esas medidas huecas debe adquirir contenido
resonante. Poner nombre a la escalera, saber si sube o baja, si se derrama o se
desborda se arquea o dormita, refuerza su búsqueda de sentido como forma.
Que el arquitecto, en cierto modo, debe ser poeta de la
exacta geometría es cosa sabida, pero una cosa es saberlo y otra vivirlo. Que
el nombrar las cosas sirva para apacentar y descubrir la forma exacta es algo
que las generaciones pasadas habrían considerado seguramente fruto de la
soberbia mixtura disciplinar. Sin embargo hoy el poder nombrar las cosas es uno
de los pocos salvavidas para socorrer a cualquiera del viscoso y alquitranado
pozo de la geometría innombrable y de la simpleza de la imagen hueca.
(1) nombres, todos ellos,
inventados por el poeta ovetense Fernando Beltrán
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NOMBRAR
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