26 de mayo de 2012

LOS COLORES DE LA ARQUITECTURA


Resulta admirable que Newton, al estudiar la refracción de la luz, pudiese distinguir, -más por amor a la perfección del número siete que a la verdad-, un color entre el azul y el violeta de bello nombre aunque inexistente, el azul índigo. 
El Falstaff de Enrique IV jura que tres canallas "vestidos de paño verde de Kendal" le acometieron por la espalda. Como si le atacara más un color que tres bandidos. 
Chanel inventó un vestido llamado “la petite robe noire”, concebido como un Ford y que más que un traje era la puesta de largo del negro, que en la moda no había sido hasta ese momento más que símbolo de triste uniformidad. 
Tenemos en mente el “envío de ese rojo cadmio” de John Berger, y a Ives Klein y su azul... 
A la vista de todo lo anterior, podría concluirse que la arquitectura apenas ha aportado nada a la cromatografía ni a su nomenclatura en la historia. 
Hemos heredado visiones de la antigüedad en un gris sucio y uniforme, donde el impreciso color ha sido ya olvidado. Hemos visto la arquitectura moderna retratada en blanco y negro, lo cual ha convertido a esos tonos en algo tan feroz como aquel verde de Shakespeare. 
Sin embargo las catedrales nunca fueron blancas. Como tampoco lo fue la arquitectura moderna. 
El color de la arquitectura tuvo siempre un triple linaje: el primero proviene de un destilar de muestras irrepetibles sobre paredes que serán olvidadas; hoy abanico de colores, siglas y números. El segundo, arranca de modo eterno e irremediable de la propia materia; colores con el apellido de la sustancia de la que emanan o de su lugar de procedencia. El último es el tiempo, - amigo de la arquitectura-, quien siempre ha mejorado sus tonos. 
Tristemente, la arquitectura aun no ha aportado a la historia del color un preciso “rosa Barragán”, o un “amarillo Soane”. 
No por nada es el arte de lo irrepetible.

21 de mayo de 2012

CUANDO LAS PAREDES MANCHAN


Decía Aalto, con pena, en la inauguración de una sala proyectada por él, que al haberse tocado allí como primera pieza una marcha militar, la sala irremediablemente estaba perdida como artefacto para la música.
Las paredes conservan, al igual que los instrumentos musicales, memoria intangible pero cierta de los seres que las han habitado, construido y usado. Cuando una obra se emplea como caballerizas, hospital o polvorín, para siempre tendrá algo de cuadra, de muerte o de guerra.
Por eso, cuando las paredes de una escuela de Arquitectura se han impregnado de su profundo uso, la docencia y el aprendizaje sufren una alteración irreversible. Y entonces casi todo, quizás lo más importante, se desprende de ellas. Como por irradiación.
Entonces las paredes manchan de arquitectura a quien se arrima. Y casi no hay que acudir a las aulas, porque ya hay fantasmas que enseñan y susurran desde allí palabras recónditas que se clavan en los lugares más molestos, comenzando por los ojos y las manos.
Entre esas paredes habita entonces no solo la memoria de los maestros convocados en cada clase, sino cada noche de insomnio, cada dibujo, cada esfuerzo, cada comentario que tenga como centro la arquitectura. Esa gran mancha que da sentido a las paredes mismas.

14 de mayo de 2012

UNA ALTURA CONSIDERABLE


Es leyenda que cuando Alejandro de la Sota visitó el Pabellón de Barcelona se limitó a señalar, lacónico: “tiene una altura considerable”. 
Seguramente, como siempre sucede en de la Sota, se refería a muchas cosas a la vez: tanto a la altura del techo, a la relación con sus propias medidas, y a la altura intelectual de la obra. Sin embargo el caso es que la exclamación de Sota es el germen de una hipótesis a desarrollar. 
Puede decirse que las obras de Mies son de una altura considerable. Pero más allá y específicamente, que todas son de “una” altura, y en concreto, de la misma. (Y se dice de “una altura” no en el sentido de “doble altura” o “triple altura”).
Esta presunción puede verificarse aunque, por supuesto, no métricamente: el techo del Pabellón de Barcelona se encuentra a tres metros y veinte centímetros del suelo, y el de la Galería Nacional de Berlín, por ejemplo, cinta métrica en mano, a cerca del tripe. No obstante, ambas intentan mostrar una misma idea de arquitectura como instrumento capaz de hacer desaparecer la fuerza de la gravedad. Es por eso que puede decirse que ambas obras tienen la misma, precisa y exacta altura. 
Como Evans señaló hace tiempo del pabellón de Barcelona, un techo a 320 cm, participa de una simetría horizontal fruto de la altura de los ojos en el espacio. Suelo y techo permanecen a idéntica distancia de ese eje horizontal y por eso aquella obra aparece sin peso, mágicamente a-grávida. (La introducción en esos planos de techo de perforaciones, la presencia de luz cenital, hablaría de una arquitectura antigravitatoria, leve y volátil, cosa que no es deseo de Mies). 
Puede extenderse esta hipótesis al resto de los techos y sus alturas, desde la casa Farnsworth, al pabellón Bacardí... En todas aparece una altura de techo exacta, lograda de manera lateral, también gracias a la profundidad de ese plano, la posición de los soportes, la escala, el color, la materia, la luz... 
El tema de toda una vida. Un solo tema.

8 de mayo de 2012

"LA CASA DEL POBRE"

 
En una breve historia de la sobriedad en arquitectura, -que daría pie a reflexiones jugosas tanto sobre la propia arquitectura como sobre el contexto histórico donde ésta se produce-, en algún instante habría que detenerse en aquella conocida ilustración del tratado de Ledoux:
“¡Pues bien!, ese vasto universo que os sorprende, es la casa del pobre, es la casa del rico que ha sido despojada; que tiene por cúpula la bóveda azul y se comunica con la asamblea de los dioses”.
Existe una sobriedad arquitectónica que lo es porque existe su contrario: la enemiga de la ostentación del adorno y la materia, de la exhibición versallesca. Pero en otras ocasiones, la sobriedad no necesita rival. Porque existe una ambición de la conquista callada donde lo de menos es la inevitable dignidad que impone su accidental “estética de la desnudez”.
La ilustración misma es mejor y más vivo ejemplo de esa sobriedad, que las declaraciones sobre la ostentación y el falso lujo denunciadas por Ledoux: una sombra donde no hay sombra; un infinito horizonte atrapado por el árbol; alguien sentado y capaz de eliminar el cielo y protegerse de las inclemencias de los dioses molestos, prietos, ruidosos. Dioses sin un verdadero lugar de reposo. Unos dioses que en realidad parecen contemplan recelosos una pobreza que quizá no lo sea.
Porque existe una riqueza en la sobriedad como existe una extraña calidez en el granito del Escorial, en  Delfos o existe lujo en los miserables peñascos de Katsura.
Los versos finales de un poema de Rainer María Rilke, titulados igual que la ilustración de Ledoux, apuntan al centro de la verdadera sobriedad. Esa que ha sido buscada por los espíritus más sutiles de la arquitectura. Sobriedad de alcance, que mana de un lugar despreciado y se expande hasta las estrellas:
“Es como la tierra la casa del pobre: esquirla de un venidero cristal, ya claro, ya oscuro, en su huidiza caída; pobre cual la cálida pobreza de un establo, y no obstante están los anocheceres: en ellos es ella todo, y de ella vienen todas las estrellas”.

30 de abril de 2012

LO QUE ES ARQUITECTURA

Debe leerse este dibujo como una tesis capaz de explicar la arquitectura por completo, en absoluto y sin posibilidad de réplica. (Lo que significa que más que una declaración inapelable tal vez se trate de una específica actitud ante la arquitectura, o de una simple biografía). 
Para Sverre Fehn la arquitectura es aquello que hace visible el horizonte. En ocasiones, gracias a ser un leve contacto con él; en otras, es el objeto capaz de alejar la mirada de él hasta disolverlo; otras, es la construcción erigida como monumento del sol y el tiempo, convirtiendo al horizonte en lo único permanente, estable y eterno. Sobre la base de ese trazado, la arquitectura permite al hombre separarse de él y flotar, o finalmente, le presta la ilusión de sumergirse e incluso navegar bajo ese sólido inaprensible. 
En ese carcelario trazo y la posición relativa de los objetos que la arquitectura coloca para hacerlo presente, se concentra todo el sentido del oficio del arquitecto para Sverre Fehn. La arquitectura sería pues la técnica de saturación del horizonte. Y eso es más de lo que cabría esperarse de un simple dibujo, es toda una definición y toda una filosofía.
Aunque a fin de cuentas para Fehn, la arquitectura, - como la poesía- , no importa nunca lo que dice, sino lo que es.

23 de abril de 2012

LA EQUIVOCACIÓN NECESARIA


La arquitectura siempre ha transitado sobre un amigable y extenso sendero de incertidumbres. De entre toda esa larga lista de inseguridades, quizás la más representativa sea una que siempre acecha en el interior de cada proyecto: el instante en que aguarda la equivocación necesaria.
Esa disposición a aceptar el error como acompañante, incómodo pero ineludible, es uno de los primeros y más productivos aprendizajes para el arquitecto. Saber sobreponerse a esos desaciertos no es por tanto un acto de heroísmo o de fortaleza. Asumir esa mortificación, no es siquiera un rasgo heroico, sino un acto connatural a lo que significa su oficio: “Ves que esta equivocación es estúpida, garrafal, humillante; pero es necesaria porque, suponiendo que al final haya una solución relativamente buena, esta equivocación es un escalón que no puede faltar. Si falta este escalón, falta la solución. Por ello digo que nunca hay que borrar. Nunca hay que utilizar la goma porque hace desaparecer quizá errores muy importantes en la búsqueda de una solución” (1).
Estar dispuesto a transitar por lugares inhóspitos o equivocados es imprescindible antes de llegar a los paisajes memorables. Tras los asaltos, tachaduras y rechazos, a veces se desgaja una línea muy clara, una solución esencial, que deja paso a una nueva vía que antes del error no hubiésemos percibido.
Una vez hecho el aprendizaje de esa “equivocación necesaria” es más sencillo, que no más soportable, convivir con el resto de ese sargazo de incertidumbres que rodean el quehacer diario del arquitecto.

(1) SORIA, Enric, Conversaciones con J.A. Coderch de Sentmenat, Editorial COAATM, librería Yerba y CajaMurcia, Murcia, 1997, pp. 49

15 de abril de 2012

ARQUITECTO BUSCA EMPLEO



Filadelfia


9 de abril de 2012

PALABRAS DE ARQUITECTURA


...inquietud, pudor, silencio, lugar, modestia, precisión, sensibilidad, construir, intuición, empatía, materia, serenidad, luz, hogar, emoción, idea, macla, amable, mutante, armonía, simetría, mensurable, coherencia, dibujo, cliente, cuidado, cohesión, compromiso, sustracción, precisión, pitipié, honestidad, análisis, hombre, espacio, tiempo, escala, peso, zaguán, presencia, volumen, vacío, enjarje, invisibilidad, efímera, duradera, composición, uso, percepción, ética, ecología, honorarios, belleza, trabajo en equipo, pasión, dimensión, razón, entereza, etc, rigor, cortesía, sinceridad, dedicación, estudio, paciencia, más paciencia, humildad, geometría...(1) 

Las listas de palabras oscilan entre dos vocaciones: lo enciclopédico y lo infinito. Umberto Eco habla de los diferentes vértigos que atraen las listas, una poética del “todo está aquí” y una poética del “etcétera”. 
Aquí cada palabra corresponde a la misma esfera conceptual, incluso cuando los términos de la lista no parezcan coherentes entres si. En ocasiones parecen referirse a la arquitectura y en otras al que la produce. 
Estas enumeraciones son propias de culturas primitivas que las emplean cuando aun no poseen una red de jerarquías capaces de definir las esencias del mundo. Pero también son propias de culturas desarrolladas insatisfechas con algunas de sus definiciones medulares. Cuando se trata de ponerlas en cuestión, o de descubrir nuevas propiedades esenciales, hay que realizar listas. El desasosiego es un acicate extraordinario para generarlas y son signos innegables para detectar, a lo largo de los tiempos, el anhelo de futuro de cualquier disciplina. 
En momentos de incertidumbre, siempre se empieza por hacer listas. Como el que tras un incendio tiene que inventariar lo que ha sobrevivido al paso de las llamas. 

(1) Gracias a todos los que habéis colaborado en tan solo unas horas a la elaboración de esta lista colectiva. 

2 de abril de 2012

ESCUCHAR


De todos los órganos a cultivar por el arquitecto, - además de la especial musculatura localizada donde la espalda pierde su nombre y útil para permanecer sentado largos periodos de tiempo ante su trabajo -, antes que el encéfalo o las vísceras, antes incluso que los ojos, o la mano, antes que todos ellos, está el oído.
Oído para escuchar el lugar, para escuchar al proyecto durante su crecimiento, sus deseos y sus rumores. Para escuchar la materia. 
Louis Kahn, místico y solemne, decía: “Si hablamos con un ladrillo y le preguntamos, dirá que le gustan los arcos. Si le decimos: `Mira, los arcos son caros, en cambio siempre se puede usar un dintel de hormigón que ocupe el lugar de un arco´. Y el ladrillo dice: `Ya se que son caros y que probablemente no puedan construirse en estos tiempos; pero si me preguntas lo que me gusta, seguiré diciendo que los arcos´” (1). 
En realidad la verdadera escucha hace innecesaria la brutalidad encubierta que posee todo interrogatorio. La materia y el proyecto se saben en un terreno, no de amable camaradería, sino de violenta desigualdad. Los  componentes de la arquitectura permanecen trémulos puesto que saben que fácilmente pueden ser exterminados. En realidad, el diálogo se encontraba ya iniciado sin la perturbadora presencia del arquitecto. Sólo bastaba escuchar lo que el lugar, el proyecto y la materia tenían que decir. ¿Cómo, sino con buen oído, puede hacerse de la arquitectura una caja de resonancia de lo latente?. 

 (1) Hemos visto conversaciones menos ricas con protagonistas más ilustres, KAHN, Louis, “Un Arquitecto dice lo que piensa”, entrevista con Beverly Russell. Tomado de House&Garden, vol. 142, nº 4, octubre de 1972, pp. 124 y ss. Ahora en LATOUR, Alessandra, Louis Kahn, escritos, conferencias y entrevistas, Ed. El Croquis, Madrid, 2003, pp. 309

26 de marzo de 2012

ENCUENTROS


Ver en una fotografía a Le Corbusier y a Einstein ha dejado ya de sorprendernos. Entre otros motivos porque Le Corbusier se retrataba con todo aquello que tuviese visos de publicidad o eternidad. (Ciertamente, de todos los arquitectos modernos, quien había trabado auténtica amistad con Eisntein había sido Erich Mendelsohn, que hasta le dedicó su famosa torre).
Duchamp y Coderch mantienen una extraordinaria amistad fruto de contactos en los que ambos reconocen la grandeza del otro. En el plató de rodaje de “con faldas y a lo loco” se concentraron en un instante, Billy Wilder, los Eames de quienes era amigo el director, Alison y Peter Smithson, de quienes eran amigos los Eames, y Marilyn Monroe, de quien no era amigo ninguno de ellos.
Mies guardó amistad probada con el loco de Kurt Schwitters. Freud curó a Mahler, de los encuentros entre Gropius y su esposa. Adolf Loos compartió una historia de encuentros y desencuentros con Ludwig Wittgenstein, quien se convirtió en su mecenas tras su primera cita en el café Imperial de Viena el 27 de Julio de 1914.
La lista no dejaría de sorprendernos.
A lo largo de los tiempos ese trenzado de encuentros ha dado pie a especulaciones de todo tipo. Los estudiosos las adoran porque ven en ellas potencia para un intercambio intelectual capaz de justificar obras prácticamente per se.
Esos encuentros resultan fascinantes porque es fácil imaginar intercambios de sabiduría y talento en estado puro. Aunque en realidad, y dada la dificultad para la auténtica influencia, se contemplan con la misma curiosidad que los eclipses y otras coincidencias cósmicas.
La explicación más generosa sobre el atractivo de esos encuentros es la de descubrir en un lugar y un espacio preciso el resumen de una época. La explicación más sutil se encuentra en hallar en esta curiosidad un leve desplazamiento en cuanto al valor de la obra de arte: cuando los profesores y entendidos ya no se ocupan de los cuadros, ni de los libros, ni de las construcciones sino de los que los han creado, localizan su raíz en la biografía del autor. Entonces sus listas de la compra, sus enfermedades, sus manías y sus maravillosos encuentros se vuelven el manantial de la creación.
¿Qué quedará entonces de Le Corbusier, de Mies, Loos o Gropius?. "Será que solo quedará de nosotros lo que carece de cualquier interés?", dice Louis Aragón en relación a uno de estos mágicos, irrefutables, solemnes encuentros. No por ello dejarán de tener la fascinación de una "repentina densidad de la vida".

20 de marzo de 2012

TIEMPO Y ARQUITECTURA



La arquitectura es expresión del tiempo, y cada obra se sitúa en él como lo hace respecto a un lugar. Estructura, luz, forma y peso hacen alusión indirecta no solo al contexto, entendido como una presencia física evidente, sino al tiempo.
El tiempo pertenece a la raíz de la arquitectura y lo hace en varios sentidos. Actúa por medio de un fantasmagórico “espíritu de los tiempos”, donde las tendencias imperantes de una época son capaces de calar en la obra y hacer sentir su influencia. Actúa por medio de un orden constructivo capaz de dejar impreso tanto la superposición de cada uno de los componentes, como el sudor y el esfuerzo de quienes han producido la obra. Y actúa, finalmente como una organismo vivo, desde su nacimiento hasta su ruina, capaz de envejecer y acompañar a su contexto como “testigo insobornable de la historia”.
Dicho así, podría concluirse que la arquitectura se halla inmersa en el tiempo, igual que un nonato flota en el líquido amniótico, pero extraordinariamente se trata también de lo contrario. Es el tiempo el que se da en la arquitectura, siendo ésta su contenedor y su recipiente más precioso.
La arquitectura da forma al tiempo. Encargada por la civilización desde tiempos inmemoriales, es la arquitectura la única en hacerlo verdaderamente presente gracias a su capacidad concreta de dilatarlo, prolongarlo, ralentizarlo o extenderlo. (Lo cual debería resultar escandaloso para la física, la filosofía y el respetable gremio de los relojeros). No obstante ésta no necesita de segunderos ni agujas, sino que cada uno de sus componentes es un relato vivo de esa sucesión de minutos y energías. Lo anterior, que casi pertenece al orden de lo indecible, y tiene por tanto algo de confuso y de atolondrado, es fácil de entender por medio de cientos de imágenes cotidianas que hacen presentes estos vínculos: el lento paseo de sol por la rendija de la ventana, el orden en que han sido aparejados unos ladrillos y la geología de su propia arcilla, las sucesivas capas de pintura encerradas en las viejas construcciones, el desgaste central en la pisa de una escalera... Todo hace de la arquitectura cobijo del tiempo gracias a la secreta vocación cronométrica que toda obra posee.
Es la arquitectura el único lugar eficaz para guardarlo, almacenarlo y enriquecerlo. Y hacer de ella una caja de caudales de la vida y su paso.

12 de marzo de 2012

ARQUITECTO DESCENDIENDO UNA ESCALERA

El que desciende por las escaleras es Eero Saarinen, y no una estrella de cine en un plató de televisión. Y esas escaleras son una maqueta a escala real del acceso de su Arco conmemorativo de San Luis, en Missouri.
Este modelo extravagante, que no conduce a ninguna parte, se erige como un simple ensayo. Sin embargo además de una excentricidad, también resulta ser una maravillosa escenografía, un mirador improvisado y un auténtico salto de esquí.
En una escalera en que la pendiente varía, las relaciones entre huellas y tabicas se vuelven irregulares. Sólo existe en su recorrido una breve ”zona de confort”. El resto supone una distorsión cuyo remedio consiste en hacerla soportable y proporcionada entre los sucesivos peldaños. Y su éxito reside en lograr un descenso aceptable entre esa irregularidad porque toda escalera esconde un electrocardiograma en su trazado. Hacer una escalera significa poner a prueba unas pulsaciones y una capacidad pulmonar. Es decir, toda escalera pone a prueba una antropometría particular. Igual que hace la poesía con los versos endecasílabos y la respiración del lector.
El arquitecto desciende ágil, veloz, con un gesto que no oculta cierta satisfacción. En esa escena solo parece faltar un público entre aplausos, hermosa compañía y un sonriente entrevistador. Pero claro, eso a pesar de las coincidencias, ya es Hollywood.

5 de marzo de 2012

RELICARIO


Esa bendita habitación,- aquí trastero del olvidado pero espléndido Denys Lasdun y del proceso del Teatro Nacional de Londres-, donde se recogen cuerpos ya sin vida, inexplicablemente intacta, provoca el mismo respeto que los compañeros descuartizados sobre el campo de batalla.
Alabada sea la habitación de los esfuerzos y los fracasos. Alabada sea la estancia que custodia las pruebas y los errores. Gloria a los comienzos remotos y arrinconados, como reliquias tras un cataclismo. Pruebas olvidadas, sacramentos de la forma. Trabajos de amor perdidos. Pruebas, escoltad por siempre la obra hasta un final incierto”(1).
El esfuerzo de la arquitectura no aspira a ser venerado en sacrosantas vitrinas sino que asume, con el valor de la milicia, acabar desmembrado en un basurero por fines más altos. Bendita habitación donde se velan esas reliquias.

(1) ROTTLE, Banham, Todo pasa y una sola cosa te será contada, Ed. Monticello, Londres, 1954, pp. 55

24 de febrero de 2012

¿DE DÓNDE SE SACAN LAS IDEAS?



Alphonse de Lamartine, extraordinario poeta francés del siglo XIX, gustaba contestar a la pregunta referida al origen de sus ideas contando las circunstancias en que había escrito uno sus mejores poemas: una noche que paseaba por un bosque, el poema en cuestión fue revelado en una súbito destello. Tal cual, completamente acabado y pleno. (Después de su muerte, encontraron en su estudio un impresionante número de versiones de ese poema, que había estado escribiendo y rescribiendo a lo largo de los años).
Billy Wilder, caso igual de extraordinario, aunque director de cine, respondía a esa misma cuestión: “A veces cuando estaba sentado en el retrete, a veces cuando estaba en la ducha, a veces mientras comía. En diversos sitios. Si supiera qué estaba haciendo cuando se me ocurrieron esas ideas, siempre me colocaría en la misma posición." La inspiración es pertenencia del genio creador que parece conectado a la divinidad por lazos más fuertes de los del vulgar trabajo y el desgaste artesanal del oficio. Responder con misterio a la pregunta se hace para parecer intelectualmente respetable.
Sin embargo, todo caso, por extraordinario que sea y por mucho talento de que disponga, sabe que las ideas no se “sacan” sino que se “incuban”. Igual que un catarro o la gripe.

(1) CROWE, Cameron, Conversaciones con Billy Wilder, Editorial Alianza., Madrid, 2009, (Ed. Or. Conversations with Wilder, 1999), pp. 298.

20 de febrero de 2012

PLÁSTICO

Por mucho que estén instalados desde tiempos ya lejanos en el centro del habitar, -como en otro orden de cosas sucede con los ácaros-, existe un material que permanece igualmente indomable: el plástico. 
Hoy que “el mundo entero puede ser plastificado”, apenas queda nada por copiar en esa sustancia perpetuamente impostora y pequeño burguesa. Toda la euforia que acaparó hace tiempo ha tenido ocasión de desvanecerse, dando paso a un sentimiento contradictorio entre sus sombrías posibilidades y su cruel eficacia contaminante. Vivimos rodeados de él pero apenas es posible redimirlo de su vulgaridad y falsedad. De ese tipo especial de "noblesse" de la materia que gozan el acero, el vidrio, la madera, o el hormigón, el plástico ha sido proscrito. 
Esto se debe a que diseñar con plástico en realidad no es otra cosa que diseñar sus efectos ya que su forma es ilimitada y por tanto prescindible. “En cualquier estado en que se encuentre, el plástico mantiene cierta apariencia de copo, algo turbio, cremoso, coagulado; muestra una total impotencia para alcanzar el pulido triunfante de la naturaleza. Pero lo que más traiciona al plástico es el sonido que emite, hueco y opaco a la vez; su ruido lo derrota, tanto como sus colores, pues sólo parece fijar los más químicos: del amarillo, del rojo y del verde no retiene más que el estado agresivo.”(1)
Seguramente por todo ello el único valor auténtico del plástico se encuentra concentrado en sus posibilidades como textura. Es decir, el diseño de la superficie es su único territorio de preciosismo y honestidad que le queda por explorar. 
Esto lo entiende perfectamente Ettore Sottsass cuando, para un proyecto de laminado, se obliga a dibujar su tejido hasta describir un acabado cuya rugosidad no sería aprensible de otro modo. Diseñar una ligera aspereza e imaginar el roce de la piel al tocarlo es dotar al dibujo de una sensualidad inusitada y maravillosa. Diseñar una superficie no imitativa de otras materias, es presentar el plástico en su esencia.
Llevar a cabo ese proyecto implicaría a su vez ser capaz de borrar la repetición del patrón original para generar una superficie mayor sin los sobresaltos en su interior. Después serán diminutas lombrices coaguladas sobre encimeras de cocina y sillas en los hogares de medio mundo. 

(1) BARTHES, Roland, Mitologías, Ed. S. XXI, 1999 (1957), pp. 177.

13 de febrero de 2012

CONTRA EL LUGAR



Como si fuese posible insultar a las montañas, o a la ciudad, o al clima, el gesto contra ellos tiene la inocencia y la provocación de quien se sabe ante unas deidades inaccesibles y tiránicas. Clamar al cielo, contra un estado y su gobierno, o despotricar contra el lugar a través de aspavientos, no es el sistema. Para ir contra el lugar, para destruirlo, para criticarlo, hay métodos mejores que los extremos de lo incendiario y lo inocente: la todopoderosa arquitectura.
Cuando el lugar ha degenerado en algo malvado, cruel o indeseable. Cuando hay que denunciar todo lo rancio que allí se ha instalado, todo lo vacío o todo lo monstruosamente ineficaz, la arquitectura se convierte en un extraordinario bisturí, capaz de extirpar lo decadente y muerto para cerrar heridas y restallar nuevos sentidos y futuro.
Así lo ha demostrado Machuca en el palacio de Carlos V, Santa Sofía, el Ayuntamiento de Göteborg, Le Corbusier con el Plan Voisin y el hospital de Venecia, y todos aquellos que con arquitectura han construido sobre lo construido. “No hay arquitectura sin destrucción, como no hay carpintero sin leñador ni cocinero sin matarife, y en esa condición violenta reside su grandeza culpable”(1).

(1) Dice el periodista y académico Fernández-Galiano en, “Una historia de violencia”, Arquitectura Viva, nº 110, Madrid, 2006.

6 de febrero de 2012

ESPACIO FANTASMA



Francesco Borromini presumía de que su San Carlino era tan pequeño que cabía dentro de un pilar de San Pedro. Aunque en la comparación desde luego el tamaño no deja de sorprender, tanto o más lo hace la masa oscura e inabarcable planeada por Miguel Ángel.
Ese relleno negro se ha empleado a lo largo de la historia de la Arquitectura con profusión y se empezó a denominar "poché" en las antiguas escuelas beauxartianas del siglo XIX. Dicha expresión era empleada para referirse al espacio sólido representado con tinta, aguadas o rallados que indicaba una masa constructiva inaccesible.
Aunque el uso de ese relleno se extiende para señalar igualmente los espacios auxiliares, complementarios o indignos de ser reseñados, el mecanismo del poché pronto pasó a ser empleado para representar todo espacio invisible o indefinido. Es decir, el espacio fantasma.
Hoy el espacio poché está lejos de desaparecer. Aunque donde antes era pura masa, la técnica constructiva lo ha hecho innecesario, (salvo para la ingeniería y sus grandes logros). Del antiguo poché sólo queda para la arquitectura su empleo como signo gráfico de un universo de usos secundarios o de una masa invisitable. No obstante el espacio poche revela siempre una doble condición: la especial vibración de la materia encerrada en un contorno y el comportamiento específico de la mirada que allí se ve forzada a contemplar esas manchas como un fondo puro, insignificante y ciego, a pesar de su peso y protagonismo gráfico. Dicho de otro modo, el poche es una señal codificada y esquizofrénica, un signo excesivo y rotundo que sólo quiere significar lo insignificante.
A pesar del desprecio de la modernidad por esos rellenos, que han sido calificados como espacios “sobrantes” o “residuales”, lo cierto es que esos lugares permiten el conocimiento simultáneo de dos realidades. Son los encargados de las transiciones profundas de la arquitectura y de las complejas adecuaciones entre el interior y el exterior. Y la obra de San Carlino, sin ir más lejos, como la de todo el barroco, es ejemplo memorable de ello.
Es necesario que haya espacios malos para que pueda haberlos buenos. Louis I. Kahn, decía que en igual proporción.

30 de enero de 2012

PUERTAS Y CONTORSIONISMO



Desde tiempos inmemoriales las puertas obligan a los cuerpos de sus habitantes a posiciones inverosímiles. Este sistema de contorsiones y equilibrios está generalmente orquestado por un motivo oculto que en muchas ocasiones ya hemos perdido, pero que sin embargo no deja de ser eficaz.
Las puertas de las antiguas iglesias románicas con sus puertas encadenadas y sucesivas, donde la última obliga a una religiosa y arquitectónica genuflexión. La puerta del templo sintoista, que gracias a los peldaños anteriores a la hoja invita a bajar la mirada un breve instante. El estilobato para acceder al templo griego que da escala de la fortaleza de los dioses olímpicos...
Todos los actos a que la puerta conlleva son singulares, puesto que toda puerta tiene algo de parto y algo de ceremonia. De hecho, la puerta es la señal física de una singularidad, y como toda señal, debe repercutir en el que la atraviesa y cambiar en algo su percepción, su movimiento o su ritmo de paso. Allí es necesario un especial contorsionismo, ya sea de la mirada, de la musculatura o del espíritu. De lo contrario no se trata ni de un límite ni de una verdadera puerta.
Como en todo nacimiento difícil, como si uno llegara de nalgas a la arquitectura, la puerta se encarga de hacer con nosotros, en ocasiones de suave matrona, y en otras, de fórceps inmisericorde.

23 de enero de 2012

CONTORNOS


En arquitectura no hay recetas. La arquitectura no se resuelve como se resuelven los problemas en una farmacia. El que piense,-con toda razón y como demuestra la historia y la mayor parte de los casos-, que un simple contorno no es arquitectura, para su deleite, ahí tiene tres figuras que lo contradicen.
No hay distribución, apenas hay dibujo, no hay muebles, ni usos. Ni siquiera unas míseras curvas de nivel, por si se quisiera sucumbir a la tentación simplista de identificar esas sinuosidades ficticias con el lugar...
Esa casa de esteras y paja apenas fueron tres breves contornos a las orillas del Níger hace treinta años.
Aunque en apariencia el rectángulo solo fuera un techo, también era un salón, una sala de espera para las visitas, un patio, un porche, un vestíbulo y un mirador.“Por la noche, frente a Niamey, las luces de la ciudad eran lo suficientemente brillantes como para conseguir orientarse”.
El primer contorno, opaco y cilíndrico, con apenas una hendidura, era sala de estar y zona de juegos. Su muro de paja aislaba del mundo y hacía las veces de patio interior. Esa muralla, ofrecía sombra en función del movimiento del sol y una zona donde ver las estrellas libre del horizonte infinito de África. Su construcción dejaba pasar el aire fresco que ascendía desde el río hasta esa duna extrañamente bien ventilada.
El último era el cenáculo y el dormitorio y se comunicaba con el exterior mediante una puerta abierta a las otras dos geometrías. Era la zona protegida, lugar donde escuchar el viento y donde sentir el suelo brevemente civilizado. Aunque el último cilindro, a fin de cuentas, no fuera más que una simple cabaña.
Sus arquitectos fueron unos por entonces jovencísimos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal.
“Buscar y decidir el lugar de la construcción llevó seis meses, las obras dos días. El viento tardó dos años en destruirla”.
A veces lo mucho, para escándalo de cada pesado dogma, se esconde, ligeramente.

16 de enero de 2012

CARLO MOLLINO O CUANDO LA ARQUITECTURA ES UN PLACER



Carlo Mollino fue arquitecto, rico y turinés. Es decir, reunía todas las condiciones para ser un vividor y lo fue. No puede atribuírsele esa pericia a las causas anteriores sino a su conjunción cósmica y una innegable tendencia natural hacia el hedonismo.
Carlo Mollino destinó sus energías a todo aquello que le apasionó. Curiosamente no por ello claudicó de la arquitectura. Cada nuevo reto lo abordaba con los instrumentos de su oficio. Así inventó aviones, diseño coches deportivos, construyó notables edificios y extraordinarios muebles, realizó fotografía pornográfica, escribió un tratado sobre la práctica del esquí y decoró los interiores más surrealistas que se pueda imaginar, en una Italia sumergida en la dureza racionalista de los años de posguerra. El caso es que en todas tuvo fortuna.
Para ser capaz de abarcar con éxito tan raro abanico de ocupaciones, siguió un proceso semejante en todas ellas: para diseñar aviones, dedicó sus muchas energías a pilotarlos hasta el extremo de convertirse en una autoridad del vuelo acrobático. Aunque tal vez el orden de los acontecimientos, dado su talento para el buen vivir, fuera precisamente el inverso. Poco importa.
Igual ocurrió con el diseño de coches y la práctica de la conducción. Fue piloto de carreras en Le Mans con un hermoso coche asimétrico diseñado por él mismo. Con los edificios, los muebles y la pornografía puede imaginarse que sucedió otro tanto.
Sin embargo semejante derroche vital no puede entenderse sin ver bajo toda apariencia de voluptuosidad a un auténtico esteta preocupado solo por la belleza como forma de vida.
Entre todas sus ocupaciones pueden extraerse una común zona de interés: la línea curva en todos sus estados. Entre las trayectorias del esquiador sobre una pista, el soporte de una silla o la hermosa desnudez de una mujer, le interesó la belleza de la curva. Baste como prueba de lo anterior, la descripción de uno de sus planes acrobáticos realizado con el talento de un dibujante excepcional. Ese dibujo, donde todo son bucles, giros y revueltas, es una prueba irrefutable del motivo más profundo de su arte.
Que dedicase la existencia a habitar todas las curvas del universo es un talante.
Que fuesen las curvas y no las rectas es una filosofía. 

9 de enero de 2012

SAGRADA PUERTA



Una noche de invierno de hace más de dos mil años, un peregrino avanza por un camino polvoriento hacia el templo de un dios lejano. Arrastra trabajosamente una ofrenda que deposita en una pira cercana a la entrada del santuario. En la hoguera, las llamaradas ascienden hasta el cielo como si el dios aceptara gustoso el sacrificio. El templo permanecerá cerrado hasta el amanecer y el peregrino contempla el crepitar del fuego en la soledad de sus pensamientos. Al poco tiempo escucha un leve crujir que atribuye a su imaginación. Poco después, un chirrido que pone los pelos de punta, le hace girar la cabeza hacia la entrada y ve como la puerta del templo se abre sola y terrible para él. Esa noche, antes del alba, el peregrino pronunciará un juramento de fidelidad a un dios para nosotros ya olvidado.
Aquel milagro, inventado por Herón de Alejandría para la apertura de un templo y que es tan semejante a como se abren hoy las puertas de nuestros garajes, trataba de dar prestigio y boato a unos dioses necesitados de símbolos y sacramentos. El empleo del fuego para dilatar gases y desplazar una puerta mediante correas y émbolos, es digno de la sabiduría e ingenio de uno de los mayores inventores de la antigüedad.
Aunque pensado desde otra óptica, mayor era en realidad, y más misteriosa, la emoción que debiera provocar la propia arquitectura del templo griego sin otros artificios que el mármol pentélico, sus magníficas proporciones y una soberbia sucesión de acontecimientos.
De hecho, quien ante el milagro que supone estar en el Partenón, en Paestum, en Selinunte, no sintiera un erizarse de cabellos, ¿acaso iba a emocionarse con el truco vacío de un viejo matemático?.
Tal vez sea porque los milagros de los dioses son siempre más apreciados que los de los hombres.
O tal vez porque esa belleza de mano de los hombres no asusta, como no asusta respirar o vivir.

2 de enero de 2012

SOBRE ESTRUCTURAS


Esos señores con bombín, Sir John Fowler y Sir Benjamin Baker, se retrataron probando el mágico principio del voladizo con su colega japonés, Kaichi Watanabe. Hay que ser guasón para hacer una demostración estructural como un ejercicio de funambulismo. Aunque lo realmente llamativo de ese experimento de circo es que perseguía ser puesto en práctica de inmediato en el Puente de Forth.
Hoy el puente sigue en pie...
Contaba don Alejandro de la Sota que aun de estudiantillo, alabó las “molduraciones” de don Antonio Palacios, “¿molduraciones?, expresa lo que pasa a un zócalo o a una cornisa y basta. Existen elementos que aguantan, soportan, que sostienen y otros que son aguantados, sostenidos; ¡como la vida misma!”. Eso, confesaba de la Sota, le liberó para siempre de órdenes, canecillos, volutas y todo lo demás.
Hay lecciones que no se olvidan...
Cada arquitectura busca del conocimiento de las estructuras que necesita. Hay épocas donde su desarrollo resulta tan imaginativo como heroico, y en lo heroico aparece a menudo, lo bienhumorado. Otras donde apenas basta saber de proporciones y donde las cosas se muestran “como la vida misma”.
Resumiendo, entre la naturalidad y el circo están todas las estructuras posibles. Una horquilla amplia, sin duda. Por cierto, éstas últimas suelen ser las que se caen...

26 de diciembre de 2011

TEOREMA DEL "ESPACIO AUSENTE"


Todos los ascensores, todos los auditorios, aulas y salas de conferencias, todos los espacios de uso simultáneo, baños incluidos, arrastran tras de si algo semejante a una gran bolsa invisible de espacio ausente. Esta perogrullada, que medio de guasa, como siempre se dice en un aula, supone el enunciado de un incierto “teorema del espacio ausente”, significa que delante de esos espacios existe un espacio de espera, un espacio de entrada, unos pronomios ocultos que les dan sentido pleno.
Este juguetón e improvisado teorema, que por cierto haría las delicias de cualquier escultor digno de ese nombre, tiene por corolario su aplicación a armarios, muebles, algunas sillas y otros interesantes casos...
Una conocida casa de muebles, por ejemplo, comercializa una estantería con una muesca para acoplarse al rodapié allá donde se instale. En realidad ese rodapié no encaja en ninguna habitación, sino que en si mismo significa una habitación ausente. Llevándolo más lejos, incluso la propia estantería presupone el módulo capaz de configurar esa habitación imaginaria. Para aquel arquitecto que use la estratagema de doblar rodapiés para convertirlos en tapajuntas de puertas, recurso fácil, también hablaría de las puertas ausentes y sus encuentros...
Al igual que sucede al dibujar el hueco de un ascensor, comprar una estantería a veces supone adquirir su habitación ausente. Hay muebles que salen caros.

19 de diciembre de 2011

LISTAS NEGRAS


Aun de estudiante, guardo recuerdo de un hecho que me dio pie a pensar en la inminente y radical transformación que iba sufrir el mundo de la arquitectura respecto a sus figuras. Ante un auditorio desbordado, al finalizar una conferencia, saltaron por encima de los asientos docenas de estudiantes, dispuestos a obtener un breve dibujo o un autógrafo del feliz conferenciante. El jaleo fue tan monumental como la enseñanza que de allí se podía extraer. El arquitecto era Mario Botta. La enseñanza nos la otorgó el tiempo.
Uno se pregunta hoy dónde fueron a parar esos autógrafos o aquellos dibujos. O qué piensan de él los que por entonces saltaron ávidos sobre aquellas butacas.
Botta ha pasado de la gloria de ser un digno heredero de Kahn y lo más serio de la posmodernidad, a una inédita lista negra de arquitectos innombrables. Quién cite su figura en determinados círculos puede recibir una sonrisa condescendiente. Si tiene suerte.
Otro tanto puede decirse de Robert Venturi. Tadao Ando ha oscilado sin compasión de las listas negras a las doradas y viceversa... Igual ha sucedido con los hermanos Krier, Ponti, Stirling o Paul Rudolph, (que curiosamente fue arrastrado a una lista negra por unos injustos comentarios de Venturi). Pero incluso Le Corbusier durante una generación entera fue mirado como el responsable de todos los males y de todas sus porquerías.
Pregunté hace poco a un arquitecto recién licenciado que arquitectos y obras le eran más afines. Me contesto: “sobre todo no Calatrava”. Para qué hablar sobre las diferentes y desiguales etapas de su obra. Si uno hubiese preguntado que obras de Calatrava conocía, la respuesta seguramente hubiese sido: “¿De Calatrava?, ¡Sobre todo ninguna!”. El gesto era grave. En realidad Calatrava importaba poco, lo que no quería es que se relacionase su nombre con el de alguien que ocupaba una lista negra.
¿De dónde, de qué lugar mana la energía de estas listas negras?. Si en literatura su origen puede encontrarse en los salones, en arquitectura proceden de los promiscuos y endogámicos círculos académicos. “En poco espacio se amontona toda una clase intelectual que no hace otra cosa que emitir opiniones; no las propaga mediante estudios críticos o sabios debates, sino mediante astutas fórmulas que deslumbran, juegos de palabras, brillantes perrerías”, dice Kundera de la literatura francesa del siglo XX.
Una comisión de titularidades, una reunión de arquitectos en un pasillo, es una bomba de relojería. “¿Fulanito?, te dirá alguien inteligente en un aparte, mirándote fijamente a los ojos. Luego con una larga y ahogada sonrisa añadirá: “un constructor de la nada...”

14 de diciembre de 2011

OSWALD MATHIAS UNGERS Y EL OLVIDO


Oswald Mathias Ungers es, gracias a los cambios de dirección en los vientos de la historia, un insigne olvidado. Olvidado por generaciones que ni siquiera saben ya de su nombre. Maestro de “lo cuadrado”. O mejor dicho, “del cuadrado”. Si es que se puede obtener maestría en esa figura geométrica después de Herrera y su “discurso de la figura cúbica”. Palladiano moderno y desenfrenado en un momento, como todos, cargado de complejidad y falta de maestros.
Ungers permanece en las antípodas de Venturi y de Rossi a pesar del aparente solape formal con este último. Sin embargo Ungers se siente heredero de un esencialismo moderno en que la materia y la geometría constituyen el núcleo resonante de la arquitectura. Esa actitud revisionista de la herencia moderna le acercó un tiempo al Team X e hizo de él una figura influyente lejana a las imperantes fuerzas de la posmodernidad.
La obra de Ungers no puede ser contemplada lejos de su trayectoria docente. Profesor de todas las universidades imaginables y aun de las inimaginables. Comenzó impartiendo docencia en la universidad Técnica de Berlín, pasó a Cornell, donde fue decano, profesor en Harvard, en California, en Viena, en Düsseldorf.... Lo suficiente, pensarán algunos, para no dejar huella en ninguna. Lo suficiente para mantenerse neutral y no saturarse de las tendencia imperantes en cada una.
Supo ver en Cornell, de un golpe de vista, cuando allí reinaba Colin Rowe y el purovisualismo, el talento de un joven holandés llegado desde la AA: Rem Koolhaas.El paralelo entre ambos puede ser rastreado como una guía útil para comprender algunos de los aspectos respecto la dimensión social de la arquitectura en la obra de éste último.
Entre sus obras resuenan fuertes ecos de Rossi, pero también de Terragni y de la arquitectura italiana de posguerra, eso sí, pasada por un tamiz calvinista y riguroso. Para Ungers la historia de la arquitectura es una historia de las ideas no de las obras. La arquitectura, para él, sólo habla de arquitectura, y eso se logra rozando el límite puro de la abstracción. Claro que la abstracción permite abrir la imaginación del espectador a historias fabulosas aunque sin fundamento aparente.
Aquí es capaz de injertar en medio de un museo, una casa, con sus cubiertas a dos aguas y su vallado. Ungers quizás quiera decirnos que la idea de “la casa” es digna de estar en un depósito de la historia. O simplemente se trata de un modo tener la caseta del guarda cerca de las obras. Por eso de evitar los robos...

7 de diciembre de 2011

SOBRE EL "PLANO DE EMPLAZAMIENTO"


"Emplazar" no sólo significa colocar un objeto en un lugar, también supone dar razón de ese encuentro. Porque emplazar es simultáneamente en-plaza y en-plazo. El plano de emplazamiento sería, pues, el documento capaz de describir las principales relaciones del proyecto con un lugar y un tiempo preciso.
El último cuarto de siglo ha demostrado que puede trabajarse con el lugar como si fuese una hipótesis del porvenir, del mismo modo que puede hacerse con la memoria de lo no construido o lo ya inexistente. Sabemos que el lugar para la arquitectura no es sólo la topografía, ni la altura de cornisa de un vecino o una tipología. No es ya siquiera el viejo genius loci, ni algo semejante a una intangible hipercontextualidad... No es ninguna de estas cosas, si por cualquiera de ellas se entiende algo simple y sin trasfondo. Es por todo ello que el plano de emplazamiento debe poseer la complejidad de un relato capaz de anticipar la resonancia que producirá la arquitectura cuando toque un lugar hasta convertirlo en sitio. Es el documento donde anticipar la solemne puesta a prueba del lugar que realiza cada proyecto de arquitectura. El plano de emplazamiento es la señal de un impulso, como el lanzamiento de un dardo donde solo importa la dirección y el sentido, como un vector puro lanzado hacia el lugar.
Tiresias propone a Ulises para su regreso a Itaca uno extraordinario: “allá donde arribes, toma un remo de tu barca y comienza a andar tierra adentro. Pregunta a cada persona con que te encuentres sobre el objeto que llevas sobre el hombro. Cuando dejen de llamarlo `remo´ y te digan que es una `pala para sacar pan de un horno´, habrás llegado a tu destino”. (1)

(1) recogido en BARJAU, Eustaquio, Elogio de la Cortesía, Editorial Antonio Machado, Madrid, 2006, pp. 56

2 de diciembre de 2011

¿CÓMO SE HACE UN PROYECTO?


“¿Cómo se hace un proyecto?”. Pregunta que ningún arquitecto se hace ya a si mismo porque es una cuestión genérica y lo genérico es lo contrario a su oficio. Pregunta cargada de la inocencia del “aun no arquitecto”, que busca un atajo que le libre de algo del imprescindible sobreesfuerzo que requiere averiguarlo. Pregunta de voluntarioso “enseñante” por comunicar lo único importante, aunque quizás lo único incomunicable.
Cuestión imposible y no por ser oscura sino por ser de trasmisión inútil. Como tampoco pueden transferirse las cicatrices dejadas por la propia vida, y esperar que alteren un ápice la vida de los demás. (Quizá, a lo más, se pueda narrar como se hizo arquitecto uno mismo. Y eso apenas tiene importancia ni siquiera como inmodesto relato autobiográfico).
Hablar de cómo se hace un proyecto lo deja todo, con suerte, en una hermosa metáfora o en algo críptico y fantasmagórico, (aun sin serlo de ningún modo).
No obstante puede enseñarse el oficio. Puede aprenderse la técnica. Pueden trasmitirse las herramientas y su digno manejo. Sabemos que “enseñar” es dar señales, es decir, marcar direcciones. Así, el mejor docente sería tan sólo una rigurosa y concienzuda guía de viaje.
“¿Cómo se hace un proyecto?”. ¿Basta saber que cada nuevo proyecto hace esa misma pregunta a su autor?. De lo demás, ¿vale la pena hablar?.

28 de noviembre de 2011

SIMPLIFICAR


Simplificar es un trabajo poco valorado por el ordinario de la gente, que siempre ha preferido lo recargado y el exceso. Quizás todo se deba a la existencia de un profundo resorte que identifica el lujo y la trabajosa complicación manual. El esfuerzo intelectual que acarrea el hecho de simplificar, no obstante, apenas ha gozado del prestigio de lo fastuoso hasta la aparición del lujo obsceno de lo “minimal”.
“Simplificar hace referencia al intento de resolver el problema eliminando todo lo que no sirve para la realización de las funciones. Simplificar también se refiere a reducir los costes, reducir el tiempo de trabajo, del montaje, del acabado. Explica que hay que resolver dos problemas a la vez en una única solución. Simplificar es un trabajo difícil y exige mucha creatividad”, dice Bruno Munari. Sin embargo el simplificar, así entendido, es una poda incompleta que solo aprecia la función como régimen dictador de la forma. En realidad simplificar es elegante si no empobrece en complejidad el resultado. Simplificar es lo que hace Mies en la casa Farnsworth, - pero no lo de Philip Johnson en la Glass house-. Simplificar es un ejercicio de máximos no de mínimos, porque con ello se aspira a resolver muchos problemas con pocos gestos.
Simplificar produce un tipo único de belleza callada. Como ese quitar pelos, uno a uno, de la hermosa cabeza de Nefertiti. “Con dolor tenemos que arrancar de nuestras obras los cabellos que nos impiden llegar a su final sencillo, sencillo.” decía de la Sota.
Verdaderamente, simplificar duele.

(1) MUNARI, Bruno, Da cosa nasce cosa, Appunti per una metodología progettuale, Gius. Laterza & Figli Spa, Roma, Bari., 1983 (En castellano en MUNARI, Bruno, ¿Cómo nacen los objetos?. Apuntes para una metodología proyectual, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1983, pp. 134)

21 de noviembre de 2011

VACIAR

Debe existir, al igual que en la física o en la escultura, un teorema del vacío arquitectónico. Sabemos por lo cotidiano que todo vacío tiende a llenarse. Y tiende a llenarse sea o no necesario un uso concreto, -aunque sensu stricto a ese proceso debiera llamarse ocupación-. Una mudanza ocupa la habitación vacía y aun no dedicada a nada preciso. Misteriosamente allí van a parar objetos, cajas y enseres expectantes de un lugar definitivo. La arquitectura usa el vacío de un modo intermedio y provisional. Aunque contemplado con cierta minuciosidad, ese espacio vacío no es simplemente espacio de mero almacenaje...
Los escultores dedicados al trabajo sobre el vacío saben que éste se comporta como una precisa máquina de condensación. “En física el vacío se hace, no está. Estéticamente ocurre igual, el vacío es un resultado, resultado de un tratamiento, de una definición del espacio al que ha traspasado su energía una desocupación formal. Un espacio no ocupado no puede confundirse con un espacio vacío.” (1).
Y sin embargo cualquier niño sabe que lo más sabroso de una rosquilla es su agujero central, y que da sentido incluso al nombre del dulce...
El esquema del proyecto de Rem Koolhaas para el olvidado concurso de la biblioteca TGB, -por salir un instante de la sabrosa metáfora de la repostería y la escultura-, muestra de modo concreto el vacío de la arquitectura. Allí es un sólido que espera ser habitado. El vacío es, además de una singularidad, un lugar extraído del programa. Desde ese enfoque la arquitectura según Koolhaas puede trabajar no solo con el vacío como entidad material en los términos de la escultura, sino que puede configurar el vacío como extracción de funciones. El vacío de la arquitectura es fruto de la desocupación de un programa. Es decir, puede adquirir el carácter de un espacio antiprogramático. No el espacio que queda sin programa, sino el espacio que por su presencia ayuda a definir por complementariedad el auténtico programa. Desde ese enfoque eso es precisamente la arquitectura para Koolhaas: lo que queda, los restos, las sobras y los jirones del programa.
Y hay quien podrá pensar con razón: "Igual que el agujero de la rosquilla..."

(1) FULLAONDO, Juan Daniel, Oteiza y Chillida en la moderna historiografía del arte, La gran enciclopedia vasca, Bilbao, 1976, pp. 21-22

14 de noviembre de 2011

APAREJAR IMÁGENES



Las imágenes que maneja el arquitecto son de dos tipos, la que le asaltan y las que fabrica.
Esta diferenciación elemental siempre ha sido difícil de entender para la crítica estólida que ha entendido la obra de arquitectura como una unidad indisociable donde todo se paría desde la dirección única de la idea sagrada.
En realidad “la idea de un proyecto”, no es casi nunca algo único. El trabajo del arquitecto es trabar y hacer convivir esos dos tipos de intuiciones en un algo superior hasta hacer que parezcan una sola cosa; aparejarlas y acomodar unas a otras hasta borrar las palpables diferencias.
El amasamiento paciente de las imágenes de esas dos familias, - unas que llegan como un álito misterioso desde un lugar aéreo y desconocido, y otras forjadas desde el arenoso trabajo del sudor y el fuego-, deben hacerse aglutinar gracias a la coherencia respecto a un objetivo, respecto a lo que existe y respecto a las condiciones impuestas. Luego tras su aparición, solo hay que continuar jugando sobre esa extraña sustancia, coherente y oscura, ese aire mineral que sopla e infringe coherencia y forma a todo y al que solo resta ya fidelidad.

7 de noviembre de 2011

EXCEPCIÓN


La precisa vecindad de las cabañas alineadas, con sus diferentes tamaños y colores, sus distancias y proporción, no deja de esconder algo más que el encanto de lo pintoresco. “Monopoli” que describe a la perfección un horizonte que el fotógrafo trae de manera indirecta. Porque todas las cabañas relatan un paisaje que no vemos, ausente, un horizonte inverso.
Todas las cabañas salvo una. Llamativamente anaranjada, pequeña, más que casi todas, y cuya cubierta mira a las inmediatas medianeras: la necesaria excepción.
Se trata del mismo fenómeno que antes se daba en las plazas de toros cuando en verdad eran lugar de entendidos y parlamento. Tras una sonora ovación a una gran faena, entonces indudable, alguien, pequeño y encendido entre el público, una vez recuperada la calma, se levantaba y pronunciaba un sonoro silbido.
Aquella pitada no era a la faena, lo cual se tardaba poco en descubrir, sino a la sólida unanimidad del aplauso.
También la arquitectura, cuando es grande, da cabida a la excepción.

31 de octubre de 2011

CARICATURAS


El Museo que Jörn Utzon proyectó en Silkeborg, en 1963, es la caricatura de una sorprendida figura "legeriana" con anteojos: Popeye o Mortadelo según el gusto.
Sabemos bien que la arquitectura tiende al antropomorfismo, ¿pero qué es lo que hace que una vez vista en esa planta una cara, sea imposible ya desenlazarla, desembarazarla de ese significado indudablemente voluntarista y casual?. Tal vez se deba a algo parecido a lo que sucede en los juegos visuales de figura y fondo, de amantes y copas, lo que bloquea la circulación de significados. O tal vez se deba a una cualidad que surge en el dibujo de arquitectura a lo largo de su desarrollo: existe un instante en que la planta adquiere, digamos, cierta capacidad magnética.
Las plantas y los documentos se imantan. Llega un instante en que se produce una elevación exponencial de la densidad debido a la coherencia, que hace al dibujo capaz de atraer significados. Igual que un agujero negro absorbe incluso la luz cercana.
Ese instante donde aparece la caricatura es sintomático y hay que estar atentos a su signo: prueba indudable de la madurez de un proyecto.

24 de octubre de 2011

“TENEMOS CASAS PERO SOMOS ZAGUANES”



Es por todos sabido que el zaguán del Oeste, el “porch”, está constituido por una techumbre de fondo cambiante, apoyada sobre una serie de pies derechos, que cubren una tarima generalmente crujiente y falta de barniz. Dicha superficie dista del suelo entre dos y siete escalones y sirve para dar acceso a la casa.
Desde el punto de vista de la arquitectura se trata de un desarrollo primitivo del tema de la fachada en que toda idea de composición es aun inexistente y el carácter y representatividad se logra por la acumulación de objetos en la entrada como signos de un lujo rudimentario. La misma función que en otro extremo y contexto desempeñaron los escudos heráldicos. El prodigio del espacio del zaguán es que no pertenece al interior y tampoco al exterior. No es sino la dilatación de un espacio de la casa que conserva la incertidumbre de la perpetua amenaza del afuera. Baricco dice que “es una zona franca en que la idea del lugar protegido, que toda casa testimonia y realiza, se asoma más allá de su propia definición, y se propugna, casi indefensa como póstuma resistencia a las pretensiones de lo abierto. En este sentido, pudiera parecer espacio débil por excelencia, mundo en precario equilibrio, idea en exilio. Y no hay que descartar que sea esta identidad débil suya la que provoque su fascinación, dada la inclinación del hombre a amar los lugares que parecen encarnar su propia precariedad, su propia condición de criatura a la intemperie, y de confín.(...) Resulta curioso, por otra parte como este estatuto de `espacio débil´ se disuelve en cuando el porche deja de ser inanimado objeto arquitectónico y es habitado por el hombre. En un porche, el hombre medio permanece de espaldas a la casa, sentado, y, por regla general, sentado sobre una silla provista del mecanismo pertinente que permite el balanceo”.
"Los hombres tienen casas pero son zaguanes”, dice allí como descubrimiento existencial un personaje. “Tal vez sea porque el hombre y su zaguán constituyen un icono laico, y sin embargo sagrado, en el que se celebra el derecho humano a la posesión de un lugar propio, hurtado al ser indiferenciado de lo que meramente existe. Toda condición humana se resume en esa imagen. Porque exactamente esta parece ser la dislocación del destino humano: estar frente al mundo, teniéndose a si mismo a sus espaldas.”(1).
El zaguán, como ningún otro elemento arquitectónico participa de la felicidad de lo combinado y del tránsito. De lo central y de lo superficial, de lo íntimo y de lo mundano. De un interior y un exterior combinado e indisoluble. Igual que existen esfinges, quimeras y centauros.

(1) BARICCO, Alessandro, City, Anagrama, Barcelona, 2002, pp.184 y ss.

17 de octubre de 2011

ROBERT VENTURI Y LA CAJA DE PANDORA


En cada eco, ironía y cita de arquitectura, cada vez que se produce un copy-paste arquitectónico, cada vez que se hace un guiño o una broma cómplice y privada, aun revive el aliento mordaz y sabio de Venturi. De hecho, su influencia se extiende hasta el punto en que se hace imposible entender plenamente la actual obra de arquitectos como Rem Koolhaas sin su influencia directa.
El caldo de cultivo en el que brota una figura como la de Robert Venturi, estaba abonado por el desencanto hacia la modernidad convertida en dogma exhausto en los años 60. Su “Complexity and Contradiction”, libro al que debe su inmediato y enorme éxito, fue un auténtico revulsivo. Hay arquitectos que pasan a la historia por mucho menos que por un libro brillante, Venturi acometió además, obras de valor y otro libro aun más temible que el anterior: “Learning from las Vegas”.
En el sutil cambio de actitud entre ambos se sitúa la mejor explicación de la arquitectura posmoderna y sus resultados.
Las tesis de Venturi en “Complexity and Contradiction”, se pueden condensar en el prólogo: “Defiendo la riqueza de significados en vez de la claridad de significados; la función implícita a la vez que la implícita: prefiero `esto y lo otro´ a `esto o lo otro, el blanco y el negro, y algunas veces el gris, al negro o al blanco. Una arquitectura válida evoca muchos niveles de significados y se centra en muchos puntos: su espacio y sus elementos se leen y funcionan de varias maneras a la vez.” Rodeado de un rosario de ejemplos ricos y sabiamente escogidos se desgranaban casos de complejidad no resuelta en la historia de la arquitectura que embelesaban. Allí, además de mostrar una profundidad erudita inusual, se abría la posibilidad de referirse a la arquitectura con amplitud de miras, salvándola de la obviedad y el exceso de simplificación en que había naufragado. Lo impuro, lo ambiguo y lo incompleto eran imanes poderosos. Y los mecanismos por los que lo fragmentario era sumado al todo sin consideración al control absoluto del resultado se mostraban sin la dogmática necesidad de aceptación exigida por los maestros modernos.
El libro, que era de una agudeza crítica refrescante, hubiese sido un revulsivo por si mismo pero además se constituyó en el cuerpo teórico del apéndice final en que se mostraban las obras complejas y contradictorias del propio Venturi. Sus obras eran analizadas con una capacidad que apenas ha encontrado eco en el futuro. De todas, cabe destacar aun hoy la casa para su madre, casa convertida en un monumento disciplinar a la planta como documento capaz de organizar el universo diario. No había verdaderamente novedad en ninguna de sus partes, eran todas conocidas, y sin embargo el conjunto si lo era. Eso es casi magia.
Sin embargo, si en “Complexity and Contradiction” se exponía un programa crítico donde la arquitectura se mostraba capaz de tejer una red de conexiones entre los complejos sentidos de sus elementos y su historia, en su posterior “Learning from las Vegas”, ya con su socia Denise Scott Brown, se entendía la arquitectura como parte de la teoría general del lenguaje reinante en esos años, como un hecho de comunicación, con una sintaxis y una gramática inevitablemente populista ejemplificada en el caso de las Vegas.
Con este segundo libro la caja de Pandora quedó definitivamente abierta. De hecho incluso la caja de Pandora podía ser convertida en monumento solo por el hecho de que un cartel lo dijese. “Estamos convencidos de que la arquitectura del pueblo como el pueblo la quiere (y no como algún arquitecto decida que la necesita el hombre) no tienen posibilidades hasta que penetre en las universidades.” Él, desde luego, estaba dispuesto.
Un mundo de guiños, citas, y chistes privados fueron puestos sobre la mesa con un nivel de calidad muy desigual. Y el `eon´ posmoderno de la arquitectura que había permanecido oculto siglos afloró como una inundación nociva e imparable.
Hoy con cuarenta años de perspectiva sobre la posmodernidad y su mundo de citas e ironías, y en que apenas nadie habla ya de Venturi, aun nos vemos incapaces de valorar en su justa medida muchas de las obras del posmodernismo. Sin embargo ese olvido o nuestro desconocimiento, no nos libra de la inevitable condición posmoderna en la que fue irremisiblemente sumergida la arquitectura desde entonces. Por obra y gracia de Robert Venturi todos fuimos bautizados posmodernos.
Hay carteles que una vez puestos no hay quien los quite.

11 de octubre de 2011

ONTOLOGÍA DEL HORMIGÓN



Si el vidrio es el material del futuro, el hormigón lo es del presente eterno. Como material asociado al nacimiento de la modernidad encierra todas sus mentiras y peligros.
Al contrario que la fábrica de ladrillo, el hormigón mantiene oculta su alma. Sus entrañas permanecen oscuras y solo vemos la complejidad de una superficie que ha retenido la memoria del molde en que fue pergeñado.
Material pastoso, artero, “agregado contaminado y artificial”, que aprovecha la forma recibida de un encofrado efímero y despreciable para lucir su dureza. Material sólido, pero híbrido, viejo antes de nacer porque encoge y achica con el tiempo.
Aunque híbrido no es la palabra precisa, el hormigón es más bien el material antológico del parasitismo: gracias a sus cualidades protege al acero interior de la corrosión, dilata y se comporta en conjunto con él. El acero presta al hormigón la elasticidad impropia de un material pétreo. Ambos se convierten en una acelerada roca metamórfica que tiñe lo moderno de gris sin fin.
El hormigón como masa construida, difiere en su nobleza de la arcilla y el adobe. El barro no juega con ese interior oculto para lucir sus proezas. Material que debe su éxito a su ligera costra superficial y unos poderes invisibles que le permiten volar.
O navegar.
Que durante años se fabricaran barcos de hormigón significa que, bien entrado el siglo de sus logros, aun no se supiera qué hacer con él de manera honesta.
Aprovechando la protección frente a la corrosión del mar, fue presentada en la exposición universal de 1854 una pequeña barquichuela de hormigón ideada por el Sr. Lambort, que apenas dio que pensar sobre sus cualidades ontológicas. Más tarde se llegaron a fabricar doce barcos en el astillero de William L. Comyn. Un barco de piedra resulta insensato, a pesar de que la física de Arquímedes imponga para su flotabilidad cuestiones contra las que la lógica no está preparada. (Aunque tal vez lo mismo podría decirse de los barcos construidos con acero).
Hoy el hormigón está esperando liberarse aun de sus corsés y sus moldes. El gunitado, vómito descontrolado y salvaje, no ha encontrado aun la obra que redima definitivamente al hormigón del insufrible ornamento del encofrado.
Sin embargo cabe aun la esperanza de su auténtica salvación como material en el siglo XXI.

3 de octubre de 2011

SOBRE LO "ACOGEDOR"




El adjetivo “acogedor” permanece instalado de la manera más inmisericorde y unánime en el centro de toda revista de decoración que se precie, desde que éstas existen. No es el único que goza de semejantes honores: lo “confortable” disfruta del resto. De hecho podría decirse, que el sentido único, secreto y exclusivo de dichas publicaciones está en reforzar esas dos indiscutibles aspiraciones en las almas atribuladas por la aspereza de la vida diaria. Misteriosamente en esas publicaciones de sala espera, lo acogedor está constantemente enraizado en un sentido de lo puramente interior. Resultaría inimaginable trasladar tan noble adjetivo a una revista de viajes y decir de un paisaje que es acogedor, como tampoco sería posible expresarlo de una taza de desayuno o de un perfume...
Y sin embargo existe un sentido de lo acogedor digno de consideración, donde el habitar está dirigido desde los objetos hacia nosotros.
"En ocasiones", decía Bertolt Brecht a Walter Benjamin, “me siento invitado por el sofá en el que tomo asiento, y en ciertos momentos siento anulada esa invitación”. Ese habitar, como huéspedes perpetuos, manifiesta la esencia del habitar verdaderamente acogedor. Todo objeto, toda arquitectura, en ese sentido, funcionaría como un recipiente dedicado a contenernos como habitantes de paso. Es decir, a generar nuestros hábitos.
Una de las tareas más profundas del quehacer del arquitecto o el diseñador no sería, por tanto, el dotar de buena forma a los objetos, sino definir esa capacidad contenedora, receptora, a fin de cuentas, hospitalaria.
Todo objeto que aspire a ser habitado, debiera tener un poco de cuenco, un poco de fosa y otro de caja de caudales.