25 de abril de 2011
ERICH MENDELSOHN: FORMA Y VELOCIDAD
Cuentan que cuando Erich Mendelsohn vio que en “Espacio,
tiempo y Arquitectura”, obra clave, referencia y testimonio de la recién parida
modernidad, no aparecía ni siquiera su nombre, arrancó violentamente las
páginas que establecían la relación entre Cubismo y la teoría de la Relatividad
y se las envío a Einstein para que comprobara como se las gastaban los
historiadores del arte. Einstein respondió al “desatino” de Giedion, diciendo
que era fácil inventar cosas nuevas cuando uno se atrevía al absurdo, pero más
difícil hacerlo y que fueran razonables. (1)
Tal vez Einstein se equivocara. El caso es que las
relaciones entre relatividad y arquitectura estuvieron bien presentes entre las
preocupaciones del mismo Mendelsohn a lo largo de su carrera.
Los comienzos de Mendelsohn como economista quizás le
proporcionaran la rara habilidad para entender su oficio como un negocio
rentable. De hecho, ningún otro arquitecto de por aquel entonces logró
ganar tanto dinero gracias a la modernidad, aunque todo sea dicho, su riqueza
fue requisada por los nazis con la misma velocidad que eran capaces de mostrar
los croquis de sus edificios.
Mendelsohn fue un arquitecto de fama, lo que le permitió
recibir encargos jugosos e incluso edificar el único monumento verdaderamente
moderno de su tiempo: La Einsteinturm. Ninguna otra obra dio
cumplimiento a tantos “–ismos” juntos como esa torre dedicada a su amigo
Einstein: Resumen del expresionismo y del futurismo, allí, sus máximos
exegetas, Zevi y Pehn, valedores tanto del expresionismo como del organicismo,
han visto los rescoldos y la culminación de los fuegos formales y la celeridad
de toda la época.
Pero por encima de esa importante obra, es en sus dibujos,
donde mejor se condensan los esfuerzos de su arquitectura: sobre bases
curvadas, como si el planeta hubiese quedado pequeño gracias a una nueva
concepción del vértigo horizontal, sus bocetos están cargados de líneas que se
extienden al infinito, sin bordes y a punto de desvanecerse. Arquitectura como
percibida desde un vehículo en una autopista.
Pocos arquitectos resumen tan magníficamente la exigencia de
dar forma a una época y sentir el tiempo en que se proyecta como parte
trascendente del material de trabajo del arquitecto.
(1) WHITTICK, Arnold, Eric, Mendelsohn,
Leonard Hill, Londres, 1956, citado en GEORGIADIS, Sokratis, Sigfried
Giedion, an Intellectual Biography, Edimburgh University Press, Edimburgo,
1993, pp. 124-125 ahora en COLOMINA, Beatriz, Doble Exposición, Akal,
Madrid, 2006, pp. 17
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18 de abril de 2011
EN DEFENSA DE LA INTUICIÓN
En arquitectura, la intuición anda de capa caída. Si de los convincentes métodos de análisis, “diagramación” y “parametrización” parecen hoy deducirse irremediablemente las formas arquitectónicas, la vieja intuición parece no servir ya, más que para las apuestas deportivas, algún famoso premio mundial de arquitectura, y otros juegos de azar no más seguros.
No conserva la intuición, ni siquiera el prestigio de su prima lejana, la inspiración. Si la imagen de las inspiración es el sutil aliento de las musas, jóvenes y aéreas, la imagen de la intuición es más bien una vieja, sabia y achacosa, que murmura, pesada, consejos oscuros.
Pero la intuición, no es un juvenil aliento que llega desde parajes lejanos, sino más bien un cierto mirar interior preñado de recuerdos, que adelanta razones futuras desde un lugar íntimo y profundo.
La intuición es la primera fuente de confrontación, el primer lugar para el establecimiento de diálogo con el proyecto interior, y la primera posibilidad de contraste de esas primeras imágenes, interiores e incompletas, que el proyectar trata de hacer congruentes y visibles.
La intuición de la arquitectura adivina en base a experiencias previas, caminos posibles, vías muertas, soluciones latentes y nuevas razones por venir.
Que duda cabe que poner en valor la intuición no significa dejarse embaucar por ella, ni seguirla ciegamente. La intuición, por vieja y resabiada, es también maniática y viciosa, y debe revitalizarse y cultivarse. Tomar conciencia de su potencialidad como herramienta, favorecerla y escucharla, produce frutos innegables. Sus resultados siguen siendo su perpetua defensa.
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11 de abril de 2011
APILAR
El principio universal de los juegos de construcción se haya presente en el hacer de la alegre y dinámica estrategia del apilar.
Richard Serra, aquí, ofrece de manera antológica un conjunto de bloques de acero en el límite del equilibrio, precisamente antes de que la breve construcción se desmorone. En esos bloques, es posible ver un acto que habita en el “reino de lo transitivo”. Esta imagen es una muestra de dinamismo, no es estática, no se exhibe como materialidad sino como acto lúdico. Y es precisamente la coincidencia con los juegos infantiles de piezas, sus límites físicos de equilibrio, y el ver en la obra un acto extendido en el tiempo, lo que hace que podamos considerar el apilar como el acto básico y fundacional de la construcción.
El apilar, frente a sistemas complejos donde las piezas se traban entre sí, no busca la estabilidad per se, sino algo de otro orden que confía el resultado a la simple gravedad, la forma y la destreza del colocador. El resultado del apilar narra un proceso en el que siempre hay piezas de base y de remate, y no necesariamente por su forma, sino simplemente, por el orden en que han sido colocadas.
Por otro lado, apilar, pila y pilar comparten raíces no solo etimológicas. En todas ellas, un hilo vertical las recorre hasta un centro invisible que las mantiene pegadas al suelo. Por ello el apilar es la esencia constitutiva del arquetipo de la torre.
Por cierto, ¿Cuántas piezas podrían haberse colocado en la obra de Serra antes de percibir esta estrategia?, ¿Hubiese bastado con un par de ellas?, ¿Acaso diez?.
Para mostrarse, el acto de apilar se recrea con gusto en sus propios límites. Tras ellos, se escabulle bajo escombros y desorden, aunque tal vez solo para empezar el juego de nuevas y llegar más alto.
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4 de abril de 2011
TRABAJOS MENORES
Es hermoso ver a Siza ocupando el
tronco de un árbol generacional de arquitectos sin parentescos de sangre, pero
con lazos aun más sólidos, por voluntarios y recíprocos. Discípulo de Távora y
maestro de Souto de Moura, se trata de algo semejante a la producción y el
aprendizaje de la arquitectura del gótico. Cada maestro heredaba una obra ya
comenzada y su obligación era doble, de continuidad pero también de
responsabilidad hacia el porvenir.
En esa cadena, los insignificantes
trabajos menores, son una necesidad donde mostrar el talento, no una opción. Si
aquí por ejemplo, una escalera para dar acceso a una casa dividida
repentinamente en dos propiedades, parece poca cosa, la oportunidad de
introducir una puerta a mitad de camino; una puerta para esa recién nacida casa
en el piso superior, refleja, tal vez, algo de la grandeza de saberse en un
mundo donde todo trabajo cuenta.
Por esa puerta-escalera casi
despreciable, Álvaro Siza no es conocido, seguramente porque es una de sus
obras menos reseñadas y pequeñas, pero como los antiguos maestros canteros en
la talla de aquellos capiteles góticos, en sus monstruos y gárgolas
amenazantes, Siza, sabe, que es precisamente en lo que no cuenta para nadie más
que para uno mismo, donde se esconde el diferencial talento del maestro.
Y por tanto los éxitos de los
discípulos son propios.
No conozco otro arquitecto con
dos Pritzker.
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28 de marzo de 2011
PACIENCIA
Todas las obras completas, ocultan, entre sus logros, vacíos elocuentes. Ciertos vacíos temporales, sin obra, sin producción y sin resultados tangibles, marcan la trayectoria de un arquitecto tanto o más que lo construido. Como los anillos acumulados de un árbol seccionado, esos vacíos, como inviernos, estructuran y endurecen el tronco y permiten su crecimiento futuro.
Tan importante para esa panorámica de la obra de un arquitecto, es lo no hecho. Y es en lo no hecho donde se oculta la esencia de sus intereses y la concentración de sus energías hacia su posterior obra.
Esos periodos son ejercicios de fe y paciencia, en uno mismo pero sobre todo en la Arquitectura. Velar la Arquitectura en esos periodos, tal vez sirva para luego no precipitar las formas, ni las ideas, ni los trabajos. Lo cual es mucho presumir. Pero sobre todo esos periodos son exámenes para no claudicar. Mirad los años en que el prolífico Wrigth o Le Corbusier, no tuvieron trabajo, o Gropius, o Kahn, o Mies... Esos intervalos, resultaron, sin duda, más provechosos, - bien ideológicamente, bien para la construcción de sus mitos, o bien como simple carrerilla o trampolín-, que otros plagados de obras quizás prescindibles.
“La estrategia de no convertirse en un paranoico por el hecho de no tener trabajo, y ser capaz de continuar investigando en tu profesión y aprendiendo, es la verdadera estrategia de supervivencia. Si hacemos memoria -hablar de la biografía de los demás es más fácil que hablar de la tuya- arquitectos magníficos, como Coderch, o el mismo de la Sota, hacían un edificio cada cinco años. Esto se dice muy fácil, pero, cuando te toca a ti, es otra historia.”
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21 de marzo de 2011
EL INTIMO SENTIDO DE LO VERTICAL
Bachelard, dijo hace tiempo, que los rascacielos no tienen sótanos.
Seguramente porque para él, toda casa esta organizada en una topogénesis esencial de tres plantas.
La casa es el resultado de dos tensiones extremas que sostienen su ser íntimo: el desván y el sótano. La guardilla, como espacio nacido de la protección del habitante, ligado al tejado y a su construcción, es la imagen de lo vertical. Por su parte, el sótano es el ser oscuro y telúrico de la casa. Y por ello, “la escalera que va al sótano, baja siempre. Es el descenso lo que se conserva en los recuerdos, el descenso lo que caracteriza su onirismo”.
Hace 40 años, el polémico pero posmoderno, Alessandro Mendini planteó como monumento a la casa, no una casa, como correspondería en realidad a esas casas que la historia ha convertido en monumentos, sino dos escaleras nacidas desde una estancia, (que representó como una simple silla). Lo de Mendini era monumento a la casa y, desde luego, a Bachelard.
La duplicidad de escaleras es necesaria. Una escalera al cielo del desván. La otra, al lugar de lo enterrado, al sótano. Aun siendo la misma, no puede serlo su representación.
Resumiendo a ambos, podría decirse que el ser íntimo de la casa se concentra en los dos sentidos de una escalera.
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14 de marzo de 2011
PEGAMENTO ARQUITECTÓNICO
Puestos a comunicar dos puntos a diferente cota, uno de los mayores inventos de arquitectura es el ascensor. A él debemos Chicago, Benidorm y la arquitectura vertical.
El invento real del ascensor no está en la consabida capacidad de esas cajas para pasar de una planta a otra, sino en evitar que una vez que se cortan los cables que las sostienen, no se precipiten al vacío de modo imparable. Es en la magia de un sistema de frenado donde se encuentra el nacimiento real del ascensor, y así se encargó de mostrarlo su inventor, Elisha Otis, hacha en mano, a los transeúntes de las ferias de inventos de mediados del siglo XIX.
Sobre el ascensor, Koolhaas ha puesto de manifiesto que se trata del pegamento arquitectónico por antonomasia. El ascensor eliminaba la necesidad de relación entre plantas. “El ascensor genera la primera estética basada en la ausencia de articulación”. Si bien la transición entre puntos separados en el espacio siempre fue sentida por el arquitecto como un hecho ineludible, y disponía para ello de costosos mecanismos formales, el ascensor dilapidaba esa necesidad. ¿Acaso era posible soñar una transición entre espacios separados cientos de metros en altura?. Aunque enfocado por el lado positivo, eso hizo posible poder colocar una piscina en la planta veintidós, un restaurante en la doce y unos apartamentos el la cincuenta. Es decir, la torre. Y la palabra `colocar´ es la correcta.
El ascensor desplaza en vertical y en el tiempo, de un modo semejante a como, en horizontal, lo hace el transporte suburbano. Todo ascensor es una caja de sorpresas. Y como tales, en ellos encontramos siempre algo inesperado: un vecino, un vaho, una conversación meteorológica o el espacio siempre pequeño para un mueble.
Aunque entonces, disimuladamente, siempre sale la escalera a nuestro auxilio.
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7 de marzo de 2011
ESCALERAS PARA SUBIR
Al igual que en esa otra de Jacob, algunas escaleras son un camino sin retorno.
En una colina artificial, y sin embargo necesaria para el cementerio de Estocolmo, Asplund y Lewerentz, imaginaron ya desde el concurso de 1914, unas simples escaleras para subir a un lugar donde meditar.
El ascenso, puesto que indudablemente se trata de una escalera solo para subir, es de una pendiente tan variable como la misma colina. Las escaleras se adaptan a la decreciente inclinación de la loma, (aunque tal vez sea al contrario, ¿no es la colina la que toma la forma de las escaleras?). Los tramos de peldaños se hunden ligeramente entre la hierba y apartan la mirada lateral del resto del cementerio. Escalera sin barandillas, ni detalles. Nada distrae de que arriba nos espera una plataforma rodeada de árboles y apenas unos asientos.
Esa escalera, está dispuesta para enseñar a quien interese, varias cosas elementales: al principio, su fuerte pendiente acelera el pulso y fuerza el resuello, pero a medida que se conquista, los peldaños se apaciguan, la altura de la tabica disminuye, el paso y la respiración se atemperan, y se logra la precisa calma antes de llegar entre los árboles y el recogimiento de esa plataforma .
La segunda cosa lograda es mostrar, durante el ascenso, el cielo en la tangencia de esa loma. Como una precisa vista diagonal.
Esas dos cuestiones elementales, acelerar o calmar el pulso del habitante, e inventar una mirada, son los objetivos más básicos de una escalera y no los consabidos de comunicar dos puntos a diferente cota.
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28 de febrero de 2011
ESCALERAS PARA BAJAR
La escalera de Miguel Ángel en la Biblioteca Laurenciana es de un tamaño importante. Tanto, que apenas cabe dentro del vestíbulo.
Esta obviedad y la escalera, bien conocidas ambas y pertenecientes a ese incierto repertorio de imágenes y comentarios de la cultura universal, (que tan poco tienen de universal), sostienen a lo largo de los siglos, gracias, una a su repetición, y otra, a la incertidumbre de su forma, una fuente permanente de preguntas sobre su sentido.
Sin entrar en el propio vestíbulo y su musculatura, - que ya, de por si, merece un comentario, algunos libros y un par de cientos de tesis doctorales-, los problemas de volumen, de dimensiones y lenguaje son de una fuerza tal, que justifican el conjunto como algo inagotable.
Pocos ejemplos hay mejores que esta escalera para comprender que, en arquitectura y a pesar de la evidente paradoja, hay escaleras para subir y escaleras para bajar.
Esta escalera se derrama como una cascada hacia el que intenta disfrutarla por el eje. Casi infranqueable, los peldaños se vierten desde la larguísima sala de la Biblioteca y desbordan el vestíbulo arrasando con aquel valiente que intente ascender al conocimiento de la sala. Subir ese tramo central es como nadar contracorriente por un río espeso de lava fría, sabia y pesada.
Esta sensación no es lograda en exclusiva por la mera forma de los peldaños, con sus bucles y revoltijos, también lo es por medio de la geometría. Que el tramo central posea un peldaño más que los laterales, uno nueve y los laterales diez, aumenta la pendiente y fuerza el paso para que así sea percibido.
Sin embargo ese peldaño de más produce un problema añadido en las barandas de separación entre los tramos. Dos escaleras en paralelo con diferente pendiente son una dificultad en el pasamanos. Esa separación debe correr paralela al tramo protagonista, como de hecho sucede con el tramo central, lo que refuerza de nuevo la sensación de torrente de piedra. Parece claro que la desidia o el olvido de Miguel Ángel, o los cambios de criterio de Ammanati en la ejecución de la obra, no justifican estos desacuerdos entre el número de peldaños entre los tramos.
Bajo un lenguaje que hoy resulta incomprensible para la mayoría, los problemas de proporción de los objetos en relación al cuerpo, de paso y de tacto, de escala y de orden visual, permanecen a los pies de esa escalera que Miguel Ángel tardó en ejecutar solo 40 años.
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21 de febrero de 2011
HEJDUK: ÁNGELES Y DEMONIOS
De John Hejduk, suele hacerse una
historia tan apasionada como irreal. Parte de la culpa es suya. Para trazar
someramente su perfil no debieran dejarse al menos tres elementos clave en su
hacer como arquitecto: su pertenencia al grupo de los “Five architects” allá
por los años en que ser grupo significaba algo. Una trayectoria docente
vinculada a la Cooper Unión que de tan imbricada, apenas es posible diferenciar
entre la ideología de la universidad o la suya propia. Y por último, y quizás
la más intangible pero más trascendente, su escasa obra pero su enorme y
secreta influencia.
De todos los “Five”, el más poeta
era, sin duda, Hejduk. Eso le ha supuesto, con el tiempo, convertirse en el más
influyente, - muy a pesar de Eisenman-. En su trayectoria como arquitecto, el
inicial rigor matemático se desliza pronto hacia un personal sentido de lo
colectivo. Del descubrimiento del muro como hecho trascendente y plagado de
significados, emana con el tiempo, una larga lista de personajes de
arquitectura, picudos, afilados y extraños, que resumen bien toda su poética.
Una arquitectura de máscaras y carnaval, y más tarde de martirologio y de
ángeles custodios.
El específico sentido de lo
colectivo hace de Hejduk el más medieval de los arquitectos de la modernidad. Y
esto debe entenderse en todos sus sentidos. Incluyendo el iconológico. Sobre
Hejduk han escrito las personalidades más influyentes de la arquitectura de su
tiempo y sin embargo parece que no se ha dicho apenas nada que llegue hasta su
médula. Sobre la superficie de su producción patinan los comentarios críticos
como si estuviese protegido bajo una coraza de grasa y bronce.
Puede comprenderse con facilidad
que ser un arquitecto de peso sin apenas obra, solo puede conseguirse gracias
al dibujo. Todos los suyos pertenecen a los límites de la disciplina, a punto
de convertirse en los documentos de un entomólogo o de un escenógrafo. Dibujos
peludos de naturalista aficionado a descubrir seres mágicos.
Pensar hoy en Hejduk es pensar
una arquitectura como huella y eco del hombre: arquitectura con ojos, brazos y
piernas en sabia hibridación con los arquetipos del laberinto, la puerta y la
cubierta... Como profecías, sus trazos se han desperdigado por el mundo y una pléyade
de admiradores o discípulos aun hoy tratan de erigirlos como monumentos a la
poesía.
Otros le rinden culto privado en
secretos altares donde crecen, bajo cientos de capas de dibujo, seres como
paraguas, teatrales y sostenibles como ofrenda a su recuerdo.
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14 de febrero de 2011
EXTERIORES
Cuenta Jua nNavarro Baldeweg que al mostrar su “Estudio Rojo”, Henry Matisse fue duramente reprochado sobre su radical falta de veracidad. Sabemos que su estudio desde luego no era ni mucho menos de ese fantástico rojo cadmio que aparecía en el cuadro de 1911.
Sin embargo ese color era necesario. El estudio de Henri Matisse daba a un querido jardín de un verde inenarrable, y la manera de incorporarlo, de representarlo verazmente, era mediante el uso de su color complementario. El rojo que teñía la habitación hablaba de lo invisible pero de un modo tan pleno, que se hace imposible hoy no pensar en él y sus cambios de estación y sus flores y su luz.
Los cuadros de su estudio, como colecciones miniaturizadas y festivas se vuelven objetos secundarios de ese color rojo. Porque el verdadero tema de ese cuadro es un paisaje del que solo queda un rastro descuidado en un florero sobre la mesa. Y en ese rojo inolvidable. Si hubiese de explicar a alguien lo que significa el contexto en arquitectura, sin rebajas ni erudiciones oscuras, difícilmente podría encontrarse una explicación y una sensibilidad mejor que de la de Matisse y ese jardín invisible para explicarlo.
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7 de febrero de 2011
LOS RUIDOS DE LA CIUDAD
La orquesta “intonarumori” (entonaruidos) de Luigi Russolo y Ugo Piatti, producen el mismo pasmo que los inventos voladores de Leonardo, las primeras bicicletas, o las cometas de Alexander Graham Bell.
Los dos músicos, ante esas cajas parlantes capaces de generar una música que nadie estaba preparado para oír hace casi cien años, se asemejan a dos artilleros capaces de lanzar al mundo silbidos, gorgoteos, zumbidos, crepitaciones y estruendos inauditos.
La forma de esos objetos les da la apariencia de funcionar de un modo reversible. Son como bocas y antenas, capaces de emitir y recibir. En principio nada que ver con el mundo de la música como era entendida por entonces, y menos aun con la arquitectura.
Sin embargo aquello era una orquesta en toda regla, y por si fuera poco una orquesta de arquitectura. Los ruidos emitidos por esas cajas son los ruidos de las cañerías, de los desagües, son los zumbidos del tráfico y de los automóviles, las voces apagadas tras las paredes. Son los ruidos de una ciudad. Son los murmullos de la arquitectura.
También ésta tiene perfumistas de sus sonidos.
Gusta pensar a uno que eso es prueba de que, tanto en el pasado como en el futuro, con o sin arquitectos, la Ciudad y la Arquitectura seguirán teniendo amantes.
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31 de enero de 2011
ACOGER LA MIRADA
En ocasiones, ser arquitecto consiste tan solo en saber,
antes de que ocurra, que alguien ha perdido a un ser querido. Saber que después
del trágico suceso, a duras penas habrá logrado llamar a familiares y amigos, avisando
cómo se iban a organizar las exequias. Tal vez una esquela en un periódico.
Saber que el difunto será trasladado al cementerio y un funeral amable tratará
de brindar algo de consuelo a la familia.
Saber que el familiar más próximo, sentado ya sobre un banco
primitivo e inocente cerca del difunto, ha pasado la noche en vela. Saber que
apenas puede pensar nada con claridad. Que apenas puede dar sentido a las
palabras que escucha desde el altar. Su mirada vaga. A sus pies, encuentra una
filigrana, como una alfombra de piedra, delicada y sorprendentemente tallada.
Su mirada perdida se detiene por un instante sobre esos arabescos. El solado de
la capilla no tiene semejante grado de detalle en ningún otro punto.
Todo tiene algo de reconfortante. Y todo habrá cambiado.
Lo substancial no es tanto el detalle de esa alfombra, como
saber que la arquitectura tiene la capacidad que devolver la mirada
transformada. Al recogerse sobre sí, la mirada se impregna de algo parecido al
consuelo humilde que las cosas y la arquitectura pueden brindar. A su vuelta,
la mirada ha cambiado. Todo habrá cambiado.
Esa pequeña alfombra de piedra , igual que los bancos, la
capilla y el cementerio, es el trabajo de Erik Gunnard Asplund en el cementerio
de Estocolmo.
Su grandeza como arquitecto es haber soñado una y mil veces
esa escena, haberla anticipado y luego haber logrado darle forma de
arquitectura: escenario adecuado y pertinente a la vida de los hombres.
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25 de enero de 2011
MIRALLES, EN EL FUTURO
En el futuro, del trabajo de Enric
Miralles deberá decirse muchas cosas. Pero seguramente lo grueso de esas
aportaciones provenga desde el pensamiento de sus dibujos.
Porque de Miralles resultan
admirables algunas obras y todos sus dibujos: pasmosos, hipnóticos, y a partir
de un instante, todos muy próximos entre sí. Como si a pesar de la variedad de
intenciones todos fuesen el mismo proyecto,- y en su caso solo cabe entenderlo
como un piropo-.
Es posible ver en su figura a
alguien que supo sacar verdadero partido a una forma de dibujo de los años 80,
cultivada cerca de la deconstrucción y ya perdida, que logró trazar la
complejidad por medio de la superposición y la discontinuidad. Una técnica que
sin embargo supo librar del drama y transformar en un lenguaje vivo, alegre y
liviano. Porque sus dibujos son leves, etéreos y expansivos, como haces de
líneas densos y cargados. Sin esos tics vacíos en que es tan fácil caer siendo
buen dibujante.
Esas madejas conectadas recogen
también la herencia cubista, como un collage de cosas que son capaces de
conservar su propia entidad. Y donde, aun a pesar de pertenecer a un
conglomerado, resulta posible su individuación. Es fácil, en ese sentido,
encontrar hermandades entre Miralles y Siza, por la común relación entre los
objetos-personajes y sus arquitecturas.
Sus
dibujos de línea, no separan espacios o usos sino que marcan leves
zonas, tenuemente diferenciadas, líneas de un grosor infinitesimal
superpuestas, energéticas, cargadas como anguilas. Sin embargo sus líneas, a
pesar de lo ligero, son líneas de construcción.
A pesar del garbo con que se despliegan, son materia imaginada,
anticipada por medio de un trazo que llega a mostrar incluso un orden
constructivo. Seguramente por esa continuidad indestructible entre dibujo y
construcción sus documentos pueden entenderse como partituras o libros de
instrucciones para la consecución de una obra. Pero también en sentido inverso,
sus obras pueden ser interpretadas como dibujos por venir.
Miralles mismo confía al documento
en planta el reconocer y gestionar el desarrollo del proyecto. Solo con un
talento creativo exuberante, es posible explicar desde ese corte horizontal, en
exclusiva, la complejidad material de sus elementos, y eso lo sitúa fuera del
mismo ámbito de preocupaciones y habilidades de sus contemporáneos. Tal vez por
eso Miralles parece un ser fuera del tiempo, - como también lo fue Gaudí-. O
dicho de otro modo, tal vez sea el tiempo quien pasa a través suyo:”Pasar a través
de las cosas mientras se transforman”.
Las palabras más certeras sobre
Miralles han sido pronunciadas por el mismo. Quizás haya aun que esperar diez
años más para hablar en verdad de su obra.
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21 de enero de 2011
ESTAFADORES
Está aun por escribir una historia verídica de las estafas
de la arquitectura universal. Una historia abundante y contraria a las
costumbres de la crítica y en la que la modernidad ocuparía buena parte del
copioso volumen.
En tan fabulosa edición, de seguro debieran aparecer
egregios personajes entre los que la figura de Jean-Jacques Lequeu (1757-1826)
sería una de las más prominentes.
El conjunto de los dibujos atribuidos a Lequeu son un
muestrario de ocurrencias, pornografía, charadas, obviedades y trabajos de
parvulario beaux artiano, de tan diferente factura que apenas es posible
imaginar como un intelectual medianamente solvente, y menos Kaufmann, pudo
colocarlo al lado de una lista encabezada por Boullée y Ledoux sin una criba
seria de su trabajo. (A no ser porque desde el punto de vista editorial resulta
siempre más fácil titular libros con tríos que con duetos).
Si a Kauffman no le resultaba evidente que “LC” y “Lequeu” compartían
maravillosas afinidades como nombre de guerra, al menos el autorretrato de
Lequeu con bombín, amén de su evidente anacronismo, también parecía la malsana
burla al mismo personaje y motivo de sospecha extensivo al resto de su obra.
Por si no fuese poco, bajo ese bombín se dibujaba a alguien desquiciado y
vociferante.
La mascarada, puesta en escena por un círculo cercano a los
surrealistas y al dadaísmo, era fruto de la palpable animadversión de Duchamp y
sus compinches por Le Corbusier.
El conjunto de los dibujos de Lequeu, que permaneció durante
mucho tiempo en el infierno de la Biblioteca Nacional Francesa, es hoy
accesible para comprobar su notable falta de unidad. La sombras de la sospecha
son alargadas y el divertimento de averiguar el verdadero padre de algunas está
aun pendiente.
No obstante la calidad de dibujante del Lequeu real ha
dejado combinaciones imaginativas cercanas al collage moderno, con fantasías y
delirios propios de lo mejor del surrealismo.
Es creo del surrealismo y no de la arquitectura moderna, de
quien si podría considerarse, con razón, un verdadero visionario.
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