21 de noviembre de 2022

ELOGIO DE LOS COJINES


Cuando Charlotte Perriand acudió a pedir trabajo al estudio de Le Corbusier, éste le contestó con un "Lo siento, aquí no bordamos cojines" que da idea de dos cosas: su destemplada estupidez machista y la posición intelectual de toda la modernidad respecto a los cojines.
Sigfried Giedion criticó el blando imperio de los cojines debido a su falta de estructura. La casa de los mil cojines era, para este novelista de lo moderno, la casa del ornamento y como tal, algo inquietante y cercano al surrealismo. Para la modernidad el mueble y la arquitectura eran uno. Y entre ambos universos no había espacio posible para esos elementos blandos y generalmente imposibles de diseñar. De hecho, un diseñador que se precie puede repensar una silla o una cafetera, pero  respecto a los cojines solo cabe una perpetua rendición. Salvo que se considere parte de esta tarea la innovación con el tejido que los recubre o sus motivos ornamentales, no hay verdaderos creadores de esos rectángulos universales tan inmejorables en lo esencial como el libro o la bicicleta.
Si las almohadas, familia cercana al cojín, disfrutan de un merecido prestigio, pues están ligadas a cosas serias y a una tradición que va, desde los muebles de madera para preservar la forma del peinado durante la noche de los egipcios y los japoneses, hasta los más punteros estudios sobre la apnea del sueño y la ergonomía vertebral, los cojines son esos parientes bastardos que se renuevan sin complejo de culpa cada visita a Ikea, solo por su buena entonación con el nuevo cuadro del salón. Sin embargo, esas piezas mullidas, constituyen un universo de matices en el habitar diario. Son el único elemento que ha hecho posible el habitar de los muebles de la modernidad. No hay quien use un sillón de impolutas líneas rectas sin la intermediación diplomática del cojín. No hay quien dormite tras una comida dominical sin esa barricada capaz de guarecernos de la proximidad escrutadora de la suegra de turno. No hay quien lea en una cama solo con la invariable angulación que ofrece la almohada... 
El cojín es el caballeroso intermediario entre la insoportable dureza de la vida y nuestra propia blandura de piel y huesos. El cojín, como los gatos, se acurruca sobre nosotros, y nos brinda un calor incompleto pero suficiente. Los cojines nos sostienen y animan a superar nuestras penosas convalecencias como el mejor de los médicos. Nos abrazamos a ellos, en fin, como el último amigo posible cuando no hay uno cerca. 
El cojín estará allí cuando todos se hayan ido. 
Solo por eso, merece, al menos en este modesto espacio, un breve elogio. 

No hay comentarios: