11 de mayo de 2020

LA HABITACIÓN DEL AIRE


Se dedica menos atención de la que merece a ese cuarto doméstico que aparece y desaparece, un poco como los vecinos queridos o los primos lejanos, que es la habitación del aire.
Por lo general, en la vida cotidiana, esa habitación permanece escondida y apenas es un leve rescoldo con olor a guiso cuando las casas no tienen ventilación cruzada. No la prestamos atención, decía, porque no contiene una cama, ni armarios, ni una mesa. Porque en ella no puede ponerse el rótulo de una actividad, ni venderse. Pero cuando la casa está en calma, (o nosotros mucho tiempo dentro de ella) y nos hacemos sensibles a sus misterios, bien de mañana aparece y se infla hasta ser más grande incluso que los salones. Abrir las ventanas es como abrir sus puertas. Entonces arquea sus paredes invisibles como un gato su espalda e incluso ronronea. 
La habitación del aire amplía la casa cuando ésta se encuentra desposeída de balcones o porches y contiene algo de la ciudad o del campo. Recoge aromas de lugares insospechados, mezclados con olor a tabaco, de lluvia o de verano. Podría parecer, por lo dicho hasta el momento, que la habitación del aire es una entelequia fantasmagórica, pues a veces las únicas huellas visibles que aparecen de ella son los movimientos de las cortinas o un incómodo chiflete de aire entre las puertas, pero se trata de una presencia real. Tangible, incluso. Para disfrutar de sus paisajes, pues es una habitación que puede extenderse hasta más allá del norte del horizonte, solo hay que esperar al atardecer o al amanecer. Es entonces cuando de verdad toma cuerpo. Literalmente. 
Sin ellas, las casas serían peores. Invivibles, de hecho. Tener una casa sin habitación del aire es vivir en una cárcel. Porque las habitaciones del aire, además de aire contienen el paisaje muy humano.

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