13 de agosto de 2018

CIUDADES FRÁGILES Y NECESARIAS


Las ciudades son leves accidentes en el tiempo y en la naturaleza. Por mucho que las veamos grandes, inabarcables e irreversibles, por mucho que las comparemos unas con otras y las hagamos competir por su población o tamaño, son de una levedad incomparable. Incluso las nubes, a pesar de su fragilidad y vapor, son más impresionantes y más perdurables.
Cada ciudad está llamada a desaparecer. Porque ni siquiera ellas son ajenas al ciclo de la vida. Nacen, crecen y mueren. Y con suerte, sus esporas se difuminan por otros lugares, gracias a ciclos migratorios, actividades económicas novedosas o fruto de la pura casualidad.
Las ciudades crecen y mueren, lo enseña la historia, y como organismos vivos se encogen o expanden y se reforman con el simple paso del tiempo. Esta capacidad cambiante de las ciudades no deja de ser maravillosa porque esconde la propia relación del hombre consigo mismo.
La ciudad pasa, pero la ciudad es el futuro. El hombre debe a las ciudades y a su fragilidad las enfermedades y su progreso como seres humanos. Hoy, más que nunca antes en la historia, somos conscientes de que gracias a ese invento, el hombre ha llegado más lejos que con cohetes y vacunas. Porque debemos más a la ciudad, como especie, que al invento de la penicilina o el cultivo de la patata. 
El que esté en favor de la defensa de la naturaleza y no lo esté en defensa de las ciudades, como otra más de las especies vivas, se olvida que el hombre depende de ambas para su pervivencia.

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