28 de septiembre de 2015

TODA OBRA ES UN AUTORRETRATO


“Toda obra – sea literatura o música o pintura o arquitectura o cualquier otra cosa- siempre es un autorretrato”, dijo Samuel Butler. Tal vez. Aunque en el caso de la arquitectura es mucho presuponer: ¿autorretrato de quién? ¿del promotor, de la sociedad, acaso del arquitecto?
Incluso en su estado más evidente, en la casa construida para el arquitecto mismo, hasta esa posibilidad puede ser cuestionada. Por lo general, en arquitectura intervienen demasiadas manos como para que el resultado de la obra sea el fruto de una solitaria biografía. Cada obra resulta algo múltiple y en ella quedan también la huella de los constructores, operarios, consultores, ingenieros, empleados...
El ejercicio de narcisismo que pueda ocultar toda obra de arquitectura diluye su interés precisamente como autorretrato en cuanto que ofrece una imagen aun de mayor dimensión: un paisaje. Lo sorprendente, lo vertiginoso, lo mágico es que la obra de arquitectura se ha mostrado como el más eficaz invento humano para representar fielmente su tiempo. Porque por mucho que el arquitecto se reconozca en la obra con su personal huella, quien construye con sus obsesiones o sus intereses trata en realidad de los intereses de todo el mundo y de todos los tiempos, y consecuentemente habla con su construcción de todas las arquitecturas. Por muy personal que resulte una obra, de ella se puede extraer una lectura de su tiempo como lo más valioso que ésta puede legar.
Por eso mismo,sobra decir que no todos los retratos poseen igual valor. Serán de más trascendencia cuanto más sea capaz de reconocerse en ellos un tiempo en profundidad. La arquitectura se vuelve algo serio cuando nos da una la información sobre nosotros mismos que necesitamos para comprendernos.
Gracias a ciertas obras hemos sido más conscientes del mundo roto y hecho jirones en el que habitamos. Como también hemos sido sabedores de participar del universo ornamental de la industria o de la ciudad como un amenazante contexto en el que pasear ya despreocupados…
Por eso el valor de la obra concreta de arquitectura está en cómo, a partir de su aparición, obliga a pensar de otro modo la disciplina a los que vienen después.

2 comentarios:

Anatxu dijo...

Hola Santi,

Este verano me empeñé en encontrar la casa paseando por las calles de Santa Mónica hasta que caí (analógica que es una) en que en Google podría figurar la dirección exacta. Figuraba. La casa ha ido ampliándose a medida ha ido creciendo la fama de Gehry, su propia familia y, es de imaginar, su cuenta bancaria. Pero él ha tenido la cabeza de dejar que las sucesivas capas añadidas hablasen cada una de un tiempo: más rico el último, más ingenioso el primero. Esa casa hecha a capas contrasta con otra muy cercana que puede visitarse (la de los Eames, frente la costa, al Norte, en Pacific Palisades). Ambas contrastan porque la de los Eames es un mecano que, a pesar de eso, respira humanidad. La de Gehry, que es mucho más imperfecta y hasta fea, es mucho más fascinante porque una, en lugar de no cansarse de extasiarse mirándola, no se cansa de investigarla y hacerle preguntas.

Santiago de Molina dijo...

Hola Anatxu,

Muchas gracias por contar tu experiencia. Da envidia, ya lo creo. Me gustaría conocer directamente ambas obras..
Son dos ejemplos de un trato con lo industrial que pueden ponerse en paralelo por los motivos que ya insinúas.
No las imaginaba tan cercanas. Esa familiaridad entre ambas parece inagotada. Me debo un viaje, gracias por recordármelo!.
Un abrazo