24 de agosto de 2015

SOBRE LO FEO EN ARQUITECTURA...


“¿Qué tenía aquella obra que por muy fea y fracasada que era no permitía reírse de ella, ni de su arquitecto?”. Esta pregunta, formulada por un amigo italiano de José Antonio Coderch cuando la visitaban juntos, no deja de contener una dosis de optimismo y un tormento. Algo había quedado del esfuerzo de quienes hicieron aquel edificio, también del arquitecto, que hacía que aquello, por muy feo que resultase, no pudiese sino mirarse con cierto respeto. La obra era fea, quizás insignificante, pero no risible. El único motivo que encontraba Coderch para esta falta de ridículo estaba en que el trabajo acumulado y el esfuerzo habían quedado arraigados, misteriosa e inexplicablemente, en las paredes de lo edificado.
Tan costosa resulta la arquitectura en términos de esfuerzo humano que aunque el resultado sea frustrado, aunque todo resulte anodino y sin gracia, aunque no aparezca ni un rincón con garbo o buen gusto, se hace difícil no ver latir el esfuerzo de los artesanos, obreros y capataces que lo realizaron. Por mucha desgana que haya en una obra, siempre, al menos, existirá el sudor y esfuerzo de quienes la hicieron. Lo que quizás dignifica el resultado.
Pero todo tiene un límite.
Porque es un hecho que la arquitectura puede también resultar ridícula.
Lograr que una obra resulte verdaderamente fea es algo costoso. Tal vez resulte incluso meritorio. El “brutalismo” de los años 70, no era, a fin de cuentas, sino el esfuerzo por magnificar lo desahuciado: fueran eso las instalaciones, el baboso hormigón o los churretes de suciedad deslizando por una fachada siempre demasiado gris.
En el extremo contrario, por mucho exceso de decoración, por mucha vulgaridad que contenga una barandilla o un enrejado, el contemplar las energías puestas en ese punto hace que todo pueda ser mirado con ojos diferentes. Porque allí hay, sin más, tiempo irrecuperable, depositado directamente por la vida de otro ser humano.
Pienso maliciosamente, por eso, y una vez desaparecida toda posibilidad de ver el tiempo invertido por un hombre en un tema o una obra gracias a la industria, a la computación o la técnica, si se ha vuelto hacer posible una arquitectura donde lo feo y lo risible encuentren un espacio de coincidencia…

6 comentarios:

6zeros dijo...

Me ha recordado el artículo de X. Monteys sobre los "sitios feos" http://habitar.upc.edu/2011/08/31/aprovechamos-bien-los-sitios-feos/

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por la referencia, Carlos. No la conocía. Un saludo afectuoso

Unknown dijo...

Sólo por el esfuerzo y el dinero invertido en cualquier construcción resulta frívolo reírse. Los ejemplos de autoconstrucción –como el que ilustra la entrada- me parecen de lo más respetable y como mucho provocan una sonrisa entrañable y es en cambio la fealdad diseñada de tantos edificios “de autor” la que da más ganas de llorar que de reír.

Santiago de Molina dijo...

Exactamente, Iago. Muchas gracias por tu comentario y un saludo!

Anónimo dijo...

En general, pienso que el esfuerzo invertido en generar fealdad y ridiculeces, producen pocas ganas de reírse y más bien tristeza y muchas en cambio, de llorar.

Santiago de Molina dijo...

Desde luego lo que si hay son muchos tipos de fealdad. Que se lo digan a Coderch. Muchas gracias por tu lectura y saludos