16 de junio de 2014

COPIAR HASTA EL EXTREMO


Copiar es un derecho. Un derecho aun de mayor antigüedad y peso que el copyright fundamentalista y mojigato de Occidente para preservar de modo encubierto un sentido de la autoría y su grandiosidad.
En este sentido, los seres vivos son una copia prácticamente indistinguible de su ADN precedente. El aprendizaje de los pintores desde tiempos inmemoriales proviene de la copia de directa de los modelos anteriores. Existe entre las estrellas, los planetas y las propias galaxias menos variedad que variedad de magdalenas en un supermercado medio europeo. El mundo de lo digital es el mundo donde la copia está instaurada en su propia razón de ser. Cortar y pegar, copiar archivos, duplicar y descargar son acciones que atacan de lleno y sin remedio el lacerante tema de los derechos intelectuales y de la patente. La copia en el arte goza de prestigio no solamente desde Duchamp y su urinario, o el Pop art, sino desde Laxcaux, donde ciervos y caballos se repiten sin fin. Incluso la propia cueva de Laxcaux se duplicará para su preservación, como ya sucedió en Altamira. La copia siempre ha sido garantía de preservación.
En otras palabras, nada queda ya que sea original. La clonación de la clonación es la realidad. La propia palabra original ha perdido sentido. Demasiado lejos de los orígenes, demasiado gastada la noción de autenticidad, ya solo la copia es posible. Salvo por un único problema, tal vez menor: el de su imposibilidad real. En el extremo, siempre los matices hacen la copia irrealizable.
Una infinitesimal e insignificante cadena de ADN diferencia en realidad unos seres vivos de otros hasta hacer parecer especies diferentes un padre de su progenie. El intento de copia, de falsificación y de plagio son vanos porque la materia, el tiempo y la vida se adhiere de modo distinto a cada objeto.
Copiar la Gioconda es imposible, porque la copia no estará nunca en el cuarto de baño de Napoleón. Porque la copia nunca será robada por Vincenzo Perugia del Louvre. Y acaso y también, aunque menos importante, porque incluso no existe ya aquel Da Vinci. Copiar el Pierre Menard que copiaba el Quijote, que copiaba Borges ha hecho de cada una, obras diferentes.
Copiar un templo griego, y tras el, otro, con diferencias aparentemente insustanciales hace que la cadena acabe variando levemente. Y que en esa variación se reconozcan diferentes generaciones y su tiempo. Copiar Grecia es lo que hacen Schinkel o Von Klenze. Sin esas copias no existiría Mies van der Rohe y las variaciones que el hizo de su propia obra…
La copia instaura una cadena de defectos, de errores, que hace que nada de las Vegas, o de China cuando se trata allí de fusilar en cartón piedra Roma, New York, París o un pueblo Suizo sea posible asemejarlo a lo precedente. Copiar, pues, Ronchamp, es tan imposible como imposible era copiar el Quijote o la Gioconda.
La copia puede ser un chiste, sin embargo será siempre diferente, (que no necesariamente valiosa).

7 comentarios:

AP I / II dijo...

Tal vez habría que distinguir entre copia y robo. "Robarse" un proyecto requiere de muchísimo trabajo y sabiduría, como un atraco bien perpetrado...su fin ultimo es pasar desapercibido, ajeno a los ojos de los incautos. La arquitectura bien "robada" nos vuelve serios detectives.

saludos

Stepienybarno dijo...

En realidad, como bien dices, lo que nos separa de nuestros primos los chimpancés, a nivel de ADN, es un porcentaje mínimo, un 2% aproximadamente (menor que el que les separa a éstos de otros primates), y, sin embargo, en esa diferencia está la magia del ser humano.
A su vez, es la propia naturaleza la que intenta copiarse a si misma desde el principio de los tiempos; pero, es justo cuando falla su sistema de copia y aparece una mutación, cuando, nuevamente, vuelve lo interesante. Si esa mutación se adapta a la realidad que le toca vivir y hace más fuete la especie, mejora sus posibilidades de descendencia, seguirá su proceso y la naturaleza integrará su fallo como una gran victoria.
En fin, en lo aparentemente menor, en lo sutil, es donde nos la jugamos, en la arquitectura y en la vida.
Felicidades por el post.

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por vuestras ricas aportaciones AP I/II y Stepienybarno!!!
Abrazos

José Ramón Hernández Correa dijo...

Una vez vi en un documental una muy buena explicación de la vejez: Nuestras distintas células tienen distinto tiempo de vida. Cuando una se nos muere creamos otra idéntica. Y de célula "idéntica" en célula "idéntica" todas se van deteriorando.

Santiago de Molina dijo...

Gracias por el comentario José Ramón. Resulta juvenil hablar así de la vejez

Unknown dijo...

"El hombre es el hombre y sus circunstancias". Son palabras de Ortega y Gasset, que definen la cualidad esencial del hombre: su capacidad de elegir, su libertad. Gracias a ello, podemos identificar y discernir, en cuanto a nuestras circunstancias y experiencias vitales, valores en nuestro entorno, los cuales podremos jerarquizar y quedarnos con lo esencial. Así llegaremos a la idea, al concepto de un proyecto, de una arquitectura. Este proceso es único para cada persona, como única es como ser humano, y como únicas son sus circunstancias.

Santiago de Molina dijo...

Gracias por tu personal comentario orteguiano. Fran. Un saludo