24 de marzo de 2013

CÍRCULOS (Y ESFERAS)





El círculo, asociado a la perfección antes de que incluso el término “perfección” existiese como tal, ha dominado el centro de la geometría, las matemáticas, el pensamiento y la arquitectura, universales. 
El trazado circular y el espacio esférico, desde el panteón romano, el homenaje de Boullé a Newton, Leonidov, Fuller, Ledoux o la estrella de la muerte (de Koolhaas o de George Lucas), ha dejado patente la paradoja de entrar en un espacio destinado a ser impenetrable. Porque si el problema arquitectónico fundamental de la esfera y el círculo es el de como penetrar a su interior, el de su construcción y su trazado siempre ha sido de un inmediato segundo orden. Después, el trocear con buen criterio un interior llamado a permanecer inmutable. 
Clavar una estaca y mantener tensa una cuerda desde ese centro ha hecho del círculo un trazado elemental de evidente sencillez hasta que un árbol, un obstáculo o un radio excesivo tornan lo teórico en concreto y todo se complica. No obstante y por encima de lo concreto, tal vez y después de tantas viejas esferas, siempre futuristas e inaccesibles, los círculos más interesantes hayan sido siempre los invisibles: la esfera inmutable de Parménides, los construidos por La Meca o San Pedro, Dante, y las trayectorias celestes (antes de que la elipse ensuciara todo el perfecto orden del cosmos). 
Esferas y círculos potenciales. Asteriscos y puntos. Un poco como cubos, icosaedros y resto de esas viejas figuras de la geometría que remiten más que a sus caras, a un centro invisible.
Ay de la arquitectura, siempre hablando de algo invisible, pero cierto. Arte siempre concéntrico.

18 de marzo de 2013

INSUPERABLE SUPERSTUDIO

La utopía arquitectónica ha supuesto siempre un potente motor a las aspiraciones de una sociedad. Sin embargo y a pesar de la proliferación de las utopías dentro del movimiento moderno, curiosamente las más notables formularon el futuro y la arquitectura de un modo positivo. Al menos en apariencia. 
A este respecto, además de sumergir ciudades y paisajes bajo monumentales artefactos reticulados y ofrecer cientos de imágenes nacidas bajo la herramienta del fotomontaje, Superstudio fue, antes que un estudio y antes que super, una idea. Una sola idea. Eso sí, exponencial e irreversible. 
Piero Frasinelli, Adolfo Natalini y Cristiano Torradlo lanzaron desde Florencia a mediados de los años 60 su idea como un obús hacia el centro de modernidad. Para colmo su utopía era sencilla: la retícula era el perfecto mecanismo arquitectónico de conquista y de futuro. La retícula de Superstudio, era una superficie desde la que proveer suministros a un mundo hippie en que la arquitectura tenía razón de ser por motivos cercanos al del vestido. Como si la esencia de la arquitectura fuese evitar las adversidades climatológicas. Como si civilización fuese sinónimo de geometría. 
Sin embargo en ese mundo de Superstudio, arácnido y aparentemente feliz, la retícula nunca fue un mecanismo inocente. Sobre su retícula, montañas, bultos y personas se cosificaban y perdían su peso y naturaleza. Cordilleras y familias flotan, alejados del peso y la gravedad y se convierten en objetos. Igual que sucede en una inundación. 
Añadido a eso, sobre la arquitectura, tramada y calmadamente lechosa, existía la amenaza del reflejo sin fin. Caminar pisando el cielo, o a uno mismo, sin sombras, sobre una materia sonora y resbaladiza como el hielo, no es el máximo nivel de hospitalidad que pueda ofrecer la arquitectura. Ni siquiera en un lugar llamado Utopía. 
A no ser que la modernidad estuviera dispuesta a aceptar la existencia de utopías en negativo en su seno. 
Como antes había hecho el mundo antiguo con Piranesi y sus cárceles.

11 de marzo de 2013

MÉTODO DE PROYECTO



Cuando Auguste Rodin, bien conocido por obras como “el beso” o “el pensador”, presentó en público su retrato de Balzac, el clamor fue unánime. Unanimidad por la que devolvió el dinero del encargo, se llevó la escultura y rechazó toda propuesta de compra, después de que su obra fuera comparada con un “sapo dentro de un saco” y otras lindezas no menores.
A Rodin se le había encomendado la tarea de hacer el retrato de Balzac para celebrar el cincuentenario de su nacimiento por parte de la sociedad de escritores, presidida por Emile Zola, en 1891, casi a punto de cumplirse esa fecha. Sin embargo lo desarrolló aproximadamente durante seis años. Y eso que Rodin era un escultor especialmente dotado para su oficio. Capaz de producir una escultura en una noche o en un par de días, para el retrato de Balzar tardó sin embargo un periodo extraordinariamente largo porque sabía que no bastaba allí con la simple habilidad. Porque sabía que tenía que hacer algo más allá de lo que haría a la primera.
Para ello reconstruyó como un forense todos los datos que pudo sobre Balzac. Descubrió un sastre que aun conservaba las medidas del cuerpo del escritor y pensando que era importante retener sus fisonomía en un objeto tangible, le encargó un traje. Obsesivamente recorrió la región de Touraine, de donde procedía Balzac, en busca de cuerpos parecidos al del escritor. Realizó cerca de veinte estudios de desnudos para llegar a un retrato que, como se sabe, no es un desnudo. Finalmente encargó una bata con las medidas de Balzac y la impregnó de yeso para hacer la escultura. Rodin, obsesionado por llegar más lejos de lo que había llegado nunca la escultura, se vio obligado a inventar un método.
A lo largo de ese proceso, llega a ser prescindible si Balzac era más alto o bajo o grueso, sino que el procedimiento técnico para llegar a una forma se vuelve el centro del problema. Del esbozo inicial al final media una gran distancia. Una vez concluido el encargo siguió años aun con el trabajo. Siguió haciendo retratos, perfeccionándolos.
Hoy que la arquitectura procesual ha caído en un justo descrédito debido a tantos simples diagramas transformados por un extraño automatismo en arquitectura, -como un mecánico hace con una cadena de montaje-, el proceso honesto de Rodin nos recuerda que cada proyecto tiene algo de investigación y algo de caza, que nada hay que garantice el resultado y que apenas vale nada del primer esbozo a no ser que se vea en él un obsesivo primer paso de muchos otros por venir. Y, finalmente, que cada proyecto inventa un método de proyectar. (Salvo que uno quisiera hacer otra cosa que Arquitectura).

4 de marzo de 2013

LOS ARGUMENTOS DEL PROYECTO DE ARQUITECTURA


En el camino de aprender arquitectura, y una vez interiorizado que es un arte necesitado de razones que la sustenten, uno siente la tentación de lograr un ejercicio digno por medio de un fatal encadenamiento de argumentos. Como si una correa bastase para arrastrar todo proyecto a un buen resultado. (Cuando en realidad no hay nada que encadenar, sino que se trata de un proceso de otro orden, más bien relacionado con el incubar, el condensar o el decantar). 
Si esto es cierto para la Arquitectura no lo es menos para el resto de creaciones artísticas: la física, la medicina y el ajedrez. Quizás por eso es difícil encontrar mejor modo de explicar ese particular modo de proceder en la formación de la arquitectura que por medio de la descripción que de su trabajo hacía un científico, premio Nóbel de fisiología y medicina, llamado François Jacob. En un escrito biográfico, decía: “Al revés de lo que yo había creído durante mucho tiempo, el proceso de la ciencia experimental no consiste en explicar lo desconocido por lo conocido, como ocurre en determinadas demostraciones matemáticas. Por el contrario, de lo que se trata es de rendir cuentas de lo que se observa a través de las propiedades de lo que se imagina. (...). 
La ciencia en estado de gestación presenta dos aspectos: lo que se podría llamar ciencia diurna y la ciencia nocturna. La ciencia diurna pone en juego unos razonamientos articulados como engranajes, unos resultados que presentan la fuerza de la certidumbre, todo está probado, todo está clasificado. La ciencia nocturna, en cambio, vaga a ciegas. Duda, tropieza, retrocede, suda, se despierta sobresaltada... Es una especie de taller de lo posible. 
Nada hay que permita afirmar que la hipótesis que acaba de surgir, superará su forma primitiva del esbozo burdo para irse afinando, perfeccionando. Si resistirá la prueba lógica. Si podrá acceder a la diurna”
En la hermosa explicación de Jacob, que sitúa en la intuición la raíz del hacer científico, encontramos un hermanamiento pleno con lo que sucede en arquitectura. Los procesos de pensamiento, no son puros, ni están encadenados con la perfección de un silencioso mecanismo, salvo en la obra terminada, diurna. 
Existe un soberano esfuerzo por llegar a hacer de la obra un sistema completo y coherente, por lograr esa consecución de razones irrebatible y sólida, pero nadie es capaz de encontrar atajos en su proceso ni evitar una etapa de esbozos y tanteos, esa especie de compartido, hermano y monumental, “taller de lo posible”. 
Resulta hermoso, finalmente, ver como a pesar de llegar a formularse como una obra construida conserva algún rescoldo de esa nocturnidad. Tal vez esa tenue luz tiene que ver con lo que significa el arte para el ser humano.