19 de septiembre de 2011

MURMULLO


Hubo un tiempo en que la escucha era un arma de guerra. Antes de la invención del radar, el único modo de anticipar la cercanía enemiga era amplificando susurros apagados y amenazantes. Se llegaron a construir enormes orejas de hormigón que atrapaban el bramido de bombarderos enemigos. Luego, más tarde, muchas de esas orejas quedaron como ruinas e imágenes de antiguas guerras.
Hoy, que la primacía de la escucha ha sido acaparada por cotillas, músicos y espías, las imágenes de esos aparatos capaces de atender a lo despreciable y amplificarlo, son aun un símbolo vivo.
Parte de su pronta caducidad como instrumental guerrero se debía a que el sonido apuntando al horizonte traía consigo los ruidos perturbadores del viento, el oleaje y sus tormentas; ruidos amados por otras disciplinas. Esas ruinas y sus imágenes han quedado como amplificadores del paisaje. Su escucha imponía una calma en la que el ruido del propio oyente debía ser mitigado, un estado semejante a la contemplación y la atención despierta y receptiva. Una imagen que resume perfectamente la primera operación del arquitecto ante el lugar.

4 comentarios:

Pablo dijo...

Recuerdo haber oido hablar de las estructuras de hormigón gigantes llamadas "Sound Mirrors" (en Inglaterra) desde el marco de la música experimental claro, pero nunca supe que demonios eran... :D

Además se dice que el fundamento de toda intimidad, y por tanto lo determinante de todo espacio propiamente humano es poder escucharnos dentro de el... incluso en campo abierto alguien podría escuchar el horizonte, y por tanto a la humanidad? jaja

Genial entrada!
saludos

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias, Pablo. "Escuchar el horizonte" se convierte en una necesidad humana.
Saludos!

Anónimo dijo...

Un post excepcional, enhorabuena.

Santiago de Molina dijo...

Gracias y saludos!