27 de noviembre de 2010

HISTORIAS DE ALCOBA (III)


La cama de Robert Rauschenberg es la palpable huella de un crimen. Ya no es un lugar desde donde partan líneas capaces de ordenar el mundo, como en el Escorial, sino que es una cama implosionada, centrípeta, donde sus bordes se han convertido aparentemente solo en límites. Aunque solo aparentemente.
La cama, que habitualmente ocupa un plano horizontal, se ha trasladado y se exhibe perpendicular a su uso cotidiano. Trasformada en obra de arte, está dispuesta a ser colgada de la pared, enmarcada y visitada de un modo impúdico y multitudinario.
En cierto sentido, la pérdida de privacidad coincide con la de la alcoba de Jefferson, sin embargo en aquella se respiraba el optimismo y la extrañeza de una inteligencia capaz de trasformar lo habitual en otra cosa.
La cama de Robert Rauschenberg es una de tantas camas. Cama sin embargo cuyas sábanas no se han abierto, ni ha sido ocupada. Esta cama, falsa, evoca la realidad de un drama por medio del color y los brochazos de pintura: ya no es necesario para el arte ni la sangre ni los cadáveres. Como objeto artístico tiene la voluntad de trasformar al espectador, sin embargo su éxito como pieza de arquitectura está en ser capaz de invocar una habitación inexistente, donde suceden las cosas verdaderamente inenarrables. De ese modo es capaz de generar a su alrededor una habitación imaginada, con huellas de policía y el dibujo de una silueta blanca en el rincón. Pequeña habitación solo iluminada con las luces nocturnas de neón y reflejos de automóviles. Cama capaz de construir de manera indirecta el escenario de un crimen ausente.

2 comentarios:

Jack Babiloni dijo...

Querido Santiago,

celebro que poco a poco, con tu continua evocación lírica de procesos y resultados, vayas delineando ciertos textos que sólo abrazan la arquitectura de manera tangencial o propositiva; así, tu ya connatural tendencia poética acomete nuevas sugerencias allende lo arquitectónico.

Esta suerte de cama descontextualizada, huelga decir, es uno de esos microensayos bien agradecibles, con los que ganamos todos.

Enhorabuena, siempre. Un abrazo, amigo.

Santiago de Molina dijo...

No se, sinceremante, si es salirse de la arquitectura. Creo que no. (Me temo que no sabría salirme).
Otra cosa es que sea inevitable ver arquitectura también en sus provincias. Los límites no están claros. Rauschemberg, al haber escogido algo tan poco pictórico-escultórico como una cama, me parece que tampoco.

Todas esas disciplinas funcionan mejor sin unos bordes tan definidos y sin compuertas.

Todas se solapan por el bien de la humanidad y para sufrimiento de la crítica y sus afanes clasificatorios.

Por eso la arquiectura es una profesión con futuro. Porque permite mirar con sus ojos más allá de sus bordes canónicos.

Gracias, Jack