27 de abril de 2010

ELOGIO DEL FRAGMENTO



El fragmento, desde que su patrón, Heráclito, se decidiera a hacer añicos los largos discursos de la filosofía, tiene vida propia como objeto de cultura. Desde entonces, lo fragmentario no ha dejado de tener vigencia, tanto en oriente como en occidente, si bien ha cambiado considerablemente su forma de exhibición. Por medio del proverbio, la máxima, el pensée o el aforismo, autores como Pascal, Nietzsche, La Rochefoucauld, Benjamín, Lao Tsé, o Leopardi han entronizado un tipo especial de narración cuyo principal fin ha variado tanto como su forma.
El fragmento goza del prestigio que tiene reconocerse parte de algo pleno aunque perdido. Un fragmento de ánfora griega o de un capitel romano, evocan narraciones más bellas sobre dioses muertos y sacrificios olvidados que la historia completa de toda una civilización.
Sin embargo trabajar con fragmentos, como acariciar vidrios rotos, es peligroso. Como destellos oscuros suelen cegar no solo al lector, sino al propio hacedor, que enamorado de la forma, pierde fácilmente los ojos dándoles un valor que no tienen o un lugar que no les corresponde. Bien por el encanto, por su valor material, o la potencialidad de su futuro, el fragmento arrastra a quien lo utiliza y configura una poderosa constelación capaz de apresar algo de la vida de su entorno. Porque el fragmento siempre absorbe algo de alrededor, estableciendo una red de conexiones entre los sentidos de los trozos próximos y el mismo público, que esforzado, trata de articular y reconstruir su conjunto como algo coherente antes de quedar atrapado en él como un pedazo más.
La arquitectura que trabaja con el fragmento es la de Scarpa, la del collage, la de Moretti, la de casi todo Le Corbusier y Rem Koolhaas, y la de todas las obras que trabajan sobre los restos de otras. La arquitectura del auténtico reciclaje y de la mortal pasión coleccionista.

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