18 de mayo de 2009

RIPIO (II)


El proceso de proyectar no es ni una experiencia fulgurantemente totalizadora, ni está libre de preocupaciones. El proyecto no sale de un golpe, sino que su proceso está plagado de momentos de perplejidad e insatisfacción. Ante la obra se busca un tipo especial de forma en que las partes y el todo guarden mutua relación. Tan sólida como pueda lograrse. Tan sorprendente o tan brillante que hagan aparecer, del conjunto logrado, algo vivo llamado Arquitectura.
Ese conjunto coherente necesita que la ligazón entre sus partes se de con naturalidad. En esas junturas inevitables se percibe el oficio del arquitecto. Llamamos ripios a esos puntos de apoyo necesarios para la estabilidad del conjunto, sus puentes y sus soldaduras. Pareyson se refiere en su Estética a ellos mediante el término “zeppa”. Allí “el artista actúa con menor cuidado, sin paciencia e incluso con desgana, casi podría decirse con prisa, como si fuesen elementos que por estar dictados por la necesidad de continuar adelante, pudiesen ser abandonados a la convención sin perjuicio del todo”.
Umberto Eco, comenta al hilo de estas suciedades de la forma: “El mal arquitecto, enfermo de esteticismo, se irrita porque una puerta debe empernarse con una bisagra, y la diseña de manera que nos parezca “bonita” mientras desarrolla su función: y a menudo, al hacerlo, consigue que la puerta chirríe, se bloquee, y no se abra o se abra mal. El buen arquitecto quiere, en cambio, que la puerta se abra para mostrar otros espacios, y no le importa recurrir, habiendo diseñado el edificio [como un todo], a la eterna sabiduría del cerrajero para la bisagra.”
Si el ripio, al igual que el apéndice en el intestino, puede ser ese resto abandonado en el proceso evolutivo del proyecto, de él se pueden obtener lecturas especialmente sugerentes y perpetuamente clarificadoras del modo de trabajo de sus autores. En él se esconden, bajo la aparente falta de cuidado, secretos modos de proceder.
Pero eso no es todo.
La atención crítica siempre se centra en los puntos que considera brillantes y las ideas clave de la obra, obviando las zonas en penumbra en las que se encuentra el ripio. Sin embargo estos elementos umbríos pueden, con otros ojos u otros tiempos, convertirse en luminosos y ofrecer nuevas lecturas interpretativas. Por eso sobre el ripio puede recaer la sucesión interpretativa para cada generación, haciendo de una simple obra, una obra maestra.
En el ripio, si esto fuese merecido, se encuentra latente la apertura de la obra hacia nuevas lecturas con el paso del tiempo. He ahí su fuerza y su modestia.

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